LA ALIMENTACIÓN DE LAS
REINAS EN LA ESPAÑA MODERNA
María
de los Ángeles Pérez Samper
Universidad
de Barcelona
La mesa
real permite observar la misma identificación y el mismo contraste entre la
persona y la institución que se observa desde el punto de vista general entre
la persona del rey y la institución de la Corona. La vieja teoría de los dos
cuerpos del rey se manifiesta también en la alimentación. La mesa real sirve a
la satisfacción de las necesidades vitales del monarca como persona concreta,
donde cuentan cuestiones particulares como su constitución, su salud, su
apetito y su gusto, y sirve a la vez también a la satisfacción de las
necesidades institucionales, por lo que será siempre una mesa abundante,
refinada, lujosa, espléndida, reflejo y manifestación del poder, la riqueza, el
prestigio y la gloria de la Monarquía Española.
Existe el doble cuerpo del rey y
existe también el doble cuerpo de la Corona, pues mientras el Rey encarna la
figura masculina, la figura paternal, la Reina encarnaría la figura femenina,
la figura maternal. Pero esta doble faz de la institución tenía poca proyección
en la mesa. En la corte no se apreciaba una diferencia por sexos ni en la
cantidad ni en la calidad de la comida y de la bebida. Se imponía la unidad de
la condición regia por encima de la diferencia de género. Se servía
prácticamente lo mismo al rey que a la reina en cualquier tiempo y
circunstancia. Aunque en general en la época moderna los hombres comían mucho
más que las mujeres, por razones físicas, pero también por razones de
jerarquía, no siempre era más abundante el menú del Rey que el de la Reina. En
algunos casos era más bien al contrario. El menú de Felipe V era más sencillo
que el de su esposa. Afectado por la melancolía hubo temporadas en que apenas
comía. En cambio, parece que Isabel de Farnesio disfrutaba de buen apetito. Muy
aficionada a los placeres de la mesa, le gustaba comer bien, de manera que su
influencia se dejó notar significativamente en los menús de la mesa real. Las
variaciones entre la alimentación del rey y la de la reina se daban, pues,
sobre todo en función de los gustos y preferencias de cada uno.
Uno de los más claros elementos de diferenciación en la
alimentación de la Reina se producía por los embarazos. La trascendental
importancia que tenía dar sucesión de la Corona parecía proyectarse de alguna
manera sobre las reinas encintas, a las que se procuraba complacer por encima
de todo, como un modo más de contribuir al buen éxito de la empresa. Las reinas
cuando estaban embarazadas comían de manera más abundante. En muchos casos se
añadían platos al menú. También comían de manera más caprichosa. Jerónimo de
Barrionuevo proporciona curiosas anécdotas referidas a Doña Mariana de Austria,
segunda esposa de Felipe IV. Durante uno de sus embarazos, en julio de 1655,
decidió trasladar su residencia al palacio de Buen Retiro, alegando que sus
aires le sentaban mejor, “pasando el día en festines”.[1]
En el siguiente mes de octubre manifestaba algunos sorprendentes antojos: “Después
de haber cenado la reina muy tarde, se le antojaron sardinas, por haberlas
quizá olido, que por ser viernes se pudieron asar en alguna cocina, y a media
noche se trajinaron de unas en otras, de todos géneros, llevándolas a Palacio,
y se satisfizo el antojo, y quedó la preñada más contenta que la Pascua.”[2] Dos años después, de nuevo embarazada, el 14
de noviembre de 1657, en lugar de sardinas se le antojaron buñuelos: “Fueron
volando a Puerta Cerrada, y le trajeron ocho libras en una olla, porque viniesen
calientes, y volcándolos en su presencia en una gran fuente y mucha miel
encima, se dio un famoso hartazgo, diciendo que no había comido cosa mejor que
ellos, por ser picarescos.”[3]
En el siglo XVIII a la reina Isabel Farnesio, segunda esposa de Felipe V,
cuando se hallaba en estado le aumentaban el menú en varios platos más, sin
especificar. Por si esto fuera poco, el abate Alberoni, deseoso de ganarse el
favor de la reina, durante su primer embarazo la obsequiaba con abundantes
manjares de su común país de origen, Parma. Le regalaba trufas, salchichones,
quesos, confituras, vinos.[4]
Isabel la Católica, entre la
austeridad y el ceremonial
Aunque siempre abundante y excelente, la alimentación real
varió mucho a lo largo de los siglos modernos. La corte de los Reyes Católicos
era relativamente sencilla y se hallaba muy condicionada por la permanente
itinerancia de los monarcas. Para el suministro y preparación de los alimentos
existía en la corte diversas despensas y cocinas, organizadas para cada uno de
los miembros de la familia real, pues no siempre estaban todos juntos ni comían
a la vez. Al frente de la organización de la corte estaba el Contador Mayor de
la despensa y raciones de la Casa Real, Gonzalo Chacón, hombre de confianza de la
reina, que también ejercía como mayordomo mayor. Al frente de la despensa
estaba el despensero mayor. Las cocinas eran dirigidas por el cocinero mayor,
que tenía a su servicio toda una serie de ayudantes. Servían en la cocina de la
reina un cocinero mayor, cargo que ocupó mucho tiempo Toribio de Vega y otros
como Juan de la Huerta, el cocinero mayor era auxiliado en su trabajo por otros
dos o tres cocineros, dos ayudantes de cocina, dos alenteros, encargados de
encender y cuidar el fuego mientras se cocinaba y un portero de cocina, que
controlaba la entrada a la cocina.[5]
Ante el cocinero mayor se hacía la salva, es decir la prueba de los alimentos
para garantizar su calidad y seguridad.[6]
Isabel la Católica solía comer con su esposo, cuando podía,
y con sus hijos. En 1498 la reina comía con las infantas María y Catalina, las
dos que entonces tenía a su lado. Comía bien, pero sin grandes exageraciones,
generalmente aves asadas, que era uno de los platos preferidos en la época,
pues la carne de aves, ya fuese de aves de corral o de caza, se consideraba la
más fina y selecta. El carnero era la carne más común, pero la pierna era
apreciada como una de las partes mejores; la inclusión en el menú de las agujas
y la cola podría responder a los gustos personales de la reina y las infantas.
El tocino era también muy apreciado como carne muy gustosa. Señalan en
ocasiones como preparación el asado, de acuerdo con los criterios de la época,
en que un buen plato de asado de carnes constituía el plato principal de un
menú de calidad:
“Que el plato de la Reyna nuestra señora, quier coman con su alteza las
señoras ynfantes quier no, ayan de llevar el plato a la mañana vn par de
perdices quando las hubiere, y quando comieren las señoras ynfantes dos pares y
quatro gallinas coçidas e una pierna de carnero e vnas agujas, e quando hubiere
cola también y su pedaço de tocino, e dos pieças de carnero asadas e quatro
gallinas.
Por la noche vn par de perdiçes si çenara su alteza sola, y sy çenaren
con su alteza las señoras ynfantes dos pares e quatro gallinas e çinco pieças
de carnero, dando esto para el plato de su alteza el dicho Juan Osorio tenga
cuydado de dar de comer a todas las que estan en la camara, en casa de Violante
dalvion e Beatriz Cuello e Isabel de Paredes, e otras tres mugeres, y quando fuere
dia de viernes o de pescado que este dia hayan de hacer el plato ordinario a la
mañana tres gallinas coçidas e tres asadas, e a la noche sy çenare su alteza
tres asadas y si estos dias alguna de la camara comiere dieta que se le de del
dicho plato”.[7]
El menú era abundante, casi excesivo para la reina y las
dos infantas, pues aparte de la abundancia que se consideraba propia del
servicio de las reales personas, poder elegir se consideraba un privilegio y
era costumbre siempre servir cantidad y variedad con el fin de que los
comensales pudieran comer aquello que más les apeteciera en cada momento.
Además, nada se desaprovechaba, lo que sobraba se repartía entre los servidores
de la corte, pues, suponía un beneficio económico importante y se consideraba un
gran honor comer platos de la mesa real.[8]
Complemento importante para establecer la alimentación de
Isabel la Católica y de otros miembros de su familia es la detallada
información que ofrece el cocinero Juan de la Huerta, de la Casa de la Reina,
al fijar las condiciones “por sirvir a la Reyna nuestra señora”:
“que los dias de ayuno para seys o siete escudillas de potaje que se
ouieren de haser que no quiere que le den mas de dos libras de arroz e dos de
almendras e doze onças de azucar que es menos de lo que se da vna libra de
almendras e otra de arroz e dos onças de açucar
para la polvoraduque solían dar quatro onças de açucar e para la salsa
de pavo otro tanto, que le den para l [roto] de pavo tres onças e para la
polvoraduque [roto] que de potaje que ouiere menester azúcar le [roto] dos
onças.
para [roto] ostaza le solian dar una libra de almendras e quatro onças
de azúcar, que le den la meytad dello
para hazer turron para su altesa
le solian dar vna libra de almendras, que le den media libra
para quando se oviere de haser peras o membrillos para colación, que le
den quatro onças de açucar
para las marzapanes que le den vna libra de açucar con otra de
almendras
quando oviere de faser carnero adovado solian dar dos pieças de
carnero, que le den vna
de las aves rellenas solian dar veynte mrs. de cada vna, que le den a
doze mrs.
el potaje de los menudos solian dar para ello quarenta mrs., que les den a treinta
por los pasteles que hisiere de cada vuno de los pequeños, que le den a
çinco mrs. e la carne solian dar de antes a çinco mrs. e carne e huevos e no
quiere que le den huevos
para el manjar blanco para seys escudillas solian dar tres libras de
arros e XIIII onças de açucar e dos gallinas, que le den dose onças de açucar e
dos libras de arroz e sus dos gallinas
solian dar por hechura de salasa de pavo para higadillos a XX, que le
den a XV
para las tortillas de los almuerzos de las señoras ynfantes solian dar
para nenudos XX por cada vna, que le den a XV
para potaje de borrajas para quendo su altesa ayunare, que le den para
menudos a X.”[9]
La relación es bien expresiva de la alta cocina de la
época, tal como muestran recetarios muy famosos de aquel tiempo, en el ámbito
mediterráneo, como el catalán Sent Sovi, y los italianos Martino da Como y
Ruperto de Nola.[10] Se
cita el más famoso de los platos, el manjar blanco, que triunfaba desde la baja
edad media, manteniéndose durante los siglos XV, XVI y XVII como uno de los
platos favoritos de los paladares más selectos. Consistía en una crema
consistente, hecha a base de harina de arroz, leche de almendras, pechuga de
gallina muy picada y azúcar. La gran afición por el dulce se manifestaba en su
inclusión en muchos platos y en la elaboración de muchos dulces, como turrones,
mazapanes, confituras de peras y membrillos. Igualmente representativa es la
presencia de especias, sobre todo mezclas de especias, como la pólvora del
duque, nombre que se daba a la combinación de azúcar y canela, que se utilizaba
en muchos platos dulces y salados. La mención de otros platos, como potajes,
carnero adobado, aves rellenas, pasteles, tortillas, es también reflejo de los
gustos y costumbres culinarias de la época.
Entre los alimentos que se consumían en la corte,
especialmente lujosos eran los dulces, por los que todo el mundo sentía
verdadera pasión, aunque no se hallaban regularmente al alcance de todos,
especialmente cuando no eran de miel, sino de azúcar, que era un producto
escaso y muy caro. La familia real los consumía de manera habitual y en
ocasiones eran enviados por confiteros de la Corona de Aragón. Por ejemplo, el
confitero valenciano Jaume Bonança envió a la corte, que se hallaba en Madrid,
en 1477, unos dulces que eran pequeñas obras de arte, consistían en unas pastas
hechas con almendras y azúcar fino, “estampadas con las armas de Castilla y
Aragón, decoradas de flores y de hojas de plata.” Más comunes eran los encargos
de confites de anís y de cilantro, mermeladas de frutas variadas, manzanas,
peras, clementinas, dátiles y la popular carne de membrillo. Estando la corte
en Sevilla en 1490 se encargaron bizcochos de azúcar y panes de azúcar, canela
y jengibre. Encargos especiales se hicieron con motivo de las fiestas
celebradas en Toledo en 1502 durante la estancia de Felipe y Juana. También se
encargaron dulces en 1504 para la reina, durante la última enfermedad.
Igualmente importante era en la corte el consumo de especias, pimienta, canela,
clavo, jengibre, nuez moscada, azafrán.[11]
Muy apreciadas por su sabor, eran además las especias, por su altísimo precio,
elemento de refinamiento y distinción. Según anotaba Fernández de Oviedo, las
cocinas reales estaban bien provistas: “Y toda el aceite y miel y vinagre y
azúcar y especias y cosas que convienen, se le dan cumplidamente [al
cocinero].”[12]
Generalmente con la comida se bebía vino, pero la reina
sólo bebía agua. Como señala Lucio Marineo Sículo: “Fue abstemia, que
vulgarmente decimos aguada. La cual no solamente no bebió vino, más aún no lo
gustó jamás.”[13] Si
la reina y sus hijas comían y bebían con moderación, incluso a veces menos de
lo habitual, pues eran dadas a practicar ayunos y abstinencias, también el rey
Fernando era muy moderado en la mesa, sin cometer ninguna clase de excesos.
Especial cuidado se ponía en el servicio de la mesa, pues
era expresión máxima de civilidad y cortesía. Isabel la Católica era muy
consciente de la importancia de mantener en todo momento la dignidad real,
también durante las comidas. Como era costumbre, los reposteros preparaban la
mesa y la silla bajo un dosel y disponían el aparador con las vajillas y
cubiertos, en su mayor parte de plata, para el servicio de la comida. Los
reposteros debían ser personas de buena apariencia y maneras corteses: “Suelen
ser los reposteros de mesa hijosdalgo, ataviados y bien dispuestos, porque como
han de servir y hacer su oficio en cuerpo y sin bonete ni alcorques ni espada,
es bien que no sean de fea disposición ni desataviados.”[14]
Los mozos de botillería preparaban a su vez otro aparador con los jarros y
copas para el servicio de la bebida. De surtir la mesa de pan, generalmente “un
plato grande molletes y panecicos” se encargaban los panaderos y de las frutas
los mozos de despensa. Antes de iniciarse la comida un capellán bendecía la
mesa. Los alimentos eran traídos desde las cocinas en una suerte de procesión
encabezada por el maestresala, custodiada por los ballesteros de maza y formada
por los continos y pajes de corte, que portan las bandejas.
Previamente al inicio de la comida se hacía la salva, es
decir, un caballero probaba los alimentos que iban a consumir los reyes, como
garantía de que se hallaban en buen estado y no habían sido envenenados. Como
seguridad adicional solían estar presentes uno o dos médicos, para aconsejar
sobre los alimentos y por si surgía algún problema de salud. Según Fernández de
Oviedo, durante la comida era habitual la asistencia de los médicos reales.[15]
El servicio de la mesa corría a cargo de varios servidores,
como el maestresala, que dirigía el proceso, el trinchante, encargado de cortar
las carnes, el repostero de plata que limpiaba con una gran servilleta llamada
“tovalla de manjar” los platos que iban a ser empleados, los continos, que servían
los platos con la comida, el copero, que servía la copa de vino.
Cuando la familia real comía en privado la etiqueta se
relajaba, pero cuando se trataba de una fiesta o de una ocasión extraordinaria
las maneras se mantenían con todo cuidado. Comer en palacio era un ritual,
celebrado con frecuencia en público y regido por la etiqueta. Los reyes comían
solos o en familia y una de las máximas expresiones de confianza y favor hacia
una persona era invitarla a sentarse en su mesa a comer con ellos. Un ejemplo
puede resultar ilustrativo. Se trata de la fiesta organizada para celebrar una
victoria obtenida en la guerra de Granada, la victoria de Lucena y la prisión
de Boabdil. Según cuenta con gran detalle el cronista Diego de Valera:
“Y otro día, domingo, el rey mandó al marqués de Villena, su mayordomo
mayor, que dijese al conde de Cabra y al Alcaide de los Donceles que esa noche
viniesen a cenar con él; los cuales vinieron como el rey y la reina les
enviaron a mandar. Y venidos, la infanta salió a la fiesta, y con ella veinte
damas ricamente engalanadas; y los menestriles altos sonaron, y comenzó la
danza en la forma que en las fiestas pasadas. Y allí danzó y bailó la infanta,
y con ella la misma doncella portuguesa; y con la reina danzó una hija del
marqués de Astorga, y con el rey danzó don Fadrique su sobrino, hijo del duque
de Alba.
Y la danza pasada, se puso la mesa, donde cenaron el rey
y la reina y la infanta, y con ellos el conde de Cabra y el Alcaide de los
Donceles. Y el asentamiento se hizo de esta guisa, que estaba puesto un dosel
al cabo de la sala donde se hizo la fiesta, en tal manera que juntaba con la
postrimera pared de la sala; y el rey se sentó allí, que era la parte derecha,
y luego la reina, y después la infanta. Y al cabo de la mesa, a la parte donde
la infanta estaba, mandaron sentar al conde de Cabra en una silla y al Alcaide
de los Donceles cerca de él en otra.
Y
la cena duró gran parte de la noche, por la muchedumbre de viandas que allí se
dieron. Y sirvió de mayordomo mayor el marqués de Villena al rey y a la reina;
y la copa sirvió don Fadrique, y a la reina don Álvaro de Estúñiga, y a la
infanta Tello de Aguilar. E hicieron tres platos para el rey y reina e infanta,
y otro semejante de aquellos para el conde y para el Alcaide de los Donceles,
los cuales fueron allí bien servidos. Y después de la cena, el rey y la reina
se retrajeron a su cámara, y mandaron al conde de Cabra y al Alcaide los
Donceles que entrasen con ellos. Y dende a poco estos caballeros tomaron
licencia y se fueron a sus posadas, acompañados de asaz caballeros y gentiles
hombres.”[16]
Los banquetes, muy abundantes y exquisitos, manifestaban el
poder y el prestigio de la Casa Real, por lo que el lujo y el refinamiento eran
imprescindibles. En los banquetes de las fiestas la corte lucía en todo su
esplendor. Los moralistas consideraban como excesos los placeres y fantasías de
la mesa cortesana., pero aunque Isabel la Católica era austera en su vida
privada, defendió siempre la importancia de mantener el prestigio de la
realeza, también en la mesa.
La Emperatriz Isabel: comer
al estilo de Portugal
En los reinados posteriores se produjeron cambios importantes,
por la creciente complejidad de la organización de la corte y del ceremonial. En
tiempos de Carlos V, su origen flamenco y su condición de Emperador se reflejó
en la corte española, con la introducción de la etiqueta borgoñona y de nuevos
gustos culinarios. Su boda con una infanta portuguesa, Isabel, obligó también a
introducir novedades. La Casa de la Emperatriz se organizó a la portuguesa, de
acuerdo con las costumbres de su país de origen. Aunque algunos cortesanos
españoles ponían como ejemplo la corte más austera de Isabel la Católica y
proponían una simplificación de la Casa de la Reina, en cambio, al mismo tiempo
echaban en falta un mayor ceremonial en el servicio de la mesa. Para esta
función de juzgaban necesarios tres o cuatro maestresalas que sirviesen por
turnos a la Emperatriz en la mesa. Además de la figura del maestresala se proponían
diversos trinchantes y pajes.[17]
Una carta del obispo fray Antonio de
Guevara al Marqués de Los Vélez, de 18 de julio de1532 proporciona interesante
información: “Sírvese [a Doña Isabel] al estilo de Portugal, es a saber: que
están apegadas a la mesa tres damas y puestas de rodillas, la una que corta, y
las dos que sirven; de manera que el manjar traen hombres y le sirven damas.”
Otras damas acompañaban a la Emperatriz durante la comida, se hallaban de pie y
conversaban: “así que las tres dellas dan a la Emperatriz de comer, y las otras
dan bien a los galanes que decir.” El obispo consideraba “autorizado y
regocijado el estilo portugués”. Pero en ocasiones le parecía poco adecuado a
la seriedad de la corte: “Aunque sea verdad que alguna vez se ríen tan alto las
damas, hablan los galanes tan recio, que pierdan de su gravedad, y aún se
importuna Su Majestad.”[18]
La organización de la Corte en la Monarquía Española era
compleja, respondía a las personas reales, pero respondía también a los
diversos reinos y estados que configuraban el conjunto de la Monarquía. La
introducción de la casa de Borgoña en tiempos de Carlos V, se sumó a las Casas
ya existentes de Castilla y Aragón. En cuanto a las personas reales, a partir
de la boda de Carlos V con la Emperatriz Isabel la corte se desdobló y pasó a
estar formada por la Casa del Rey y la Casa de la Reina. Las cocinas también se
desdoblaron. La duplicación de las Casas tenía que ver con el concepto de la
Monarquía y con la organización del servicio. La duplicación también respondía
a la voluntad de respetar algunos aspectos del estilo de vida de las reinas. Si
el Emperador Carlos, acostumbrado a la alimentación flamenca y germánica, se
adaptó posteriormente, al menos en parte, a la alimentación española, manteniendo
siempre muchos de sus gustos de procedencia, algo similar le sucedería a la
Emperatriz Isabel, respecto de su origen portugués y su nuevo reino español,
bien que ambas maneras de comer eran muy próximas, pues existían numerosas
relaciones entre las cocinas de ambos países y de ambas cortes.[19]
La situación perduraría en los siglos siguientes. Para
mayor prestigio de la Corona, el matrimonio real debía ser un matrimonio entre
iguales, por lo que el rey sólo podía casarse con una mujer perteneciente a la
realeza, y como resultado las reinas fueron de origen extranjero durante toda
la edad moderna. En tiempos de la Casa de Austria preferentemente se
establecían enlaces con la rama vienesa de la dinastía Habsburgo, con la
dinastía Avís del vecino Portugal, también con los Valois o los Borbones de la
igualmente vecina Francia. Como una de las cuestiones más fundamentales de un
estilo de vida es la forma de comer, se consideraba que la Reina en su vida
ordinaria no debía ser obligada a cambiar sus gustos y costumbres, cosa siempre
difícil, y para ello se aceptaba que continuara conservando parte de sus
hábitos y preferencias de alimentación. Las reinas traían consigo cocineros de
su país de origen, que con frecuencia se quedaban en la corte española.
Desde el siglo XV y durante todo el
XVI la relación entre la corte española y la portuguesa fue muy estrecha y
continuada y existen numerosos testimonios en el ámbito alimenticio. Muy
interesante es un manuscrito, conservado en la Biblioteca Nacional de Madrid, el Livro de receptas de pivetes, pastilhas
elvvas perfumadas y conservas. Se trata de un manuscrito escrito con
diversos tipos de letra, de los siglos XVI y XVII, en que se recopilan, en etapas sucesivas, una
serie de recetas de alimentación, cosmética, perfumería y medicina, en total
108, dominando claramente las recetas de belleza. El manuscrito consta de 65
folios. En el folio 1 figura la siguiente anotación: "Este lyruo he de
Joana Fernandez". Al principio está escrito en portugués, en letra más
antigua, de principios del siglo XVI, después continúa en castellano. En una de
las recetas hace referencia a la “Emperatriz”, es decir la princesa portuguesa
Doña Isabel, esposa del emperador Carlos V, y también a la “Reina”, que podría
ser probablemente la reina de Portugal, que en esta época era una infanta
española, Doña Catalina, hija de Doña Juana y Don Felipe, casada con Juan III,
que fue reina en Portugal de 1525 a 1557 y regente hasta 1562.[20] Aunque
no se refiere expresamente a la mesa regia, el recetario refleja muy bien la
relación existente entre las dos cortes, la española y la portuguesa,
concretamente en materia de alimentación.
Más importante es otro recetario que
sí se refiere concretamente a la mesa real. El Livro de cocinha da Infanta D. Maria de Portugal es un libro de
cocina portugués del siglo XVI, copiado en 1550, pero de origen anterior.
Responde a una tradición hispánica, por la estrecha relación existente entre la
corte española y la corte portuguesa en esa época. Fue propiedad de Doña María
de Portugal, nieta del rey Manuel el Afortunado, que se lo llevó a Italia al
contraer matrimonio en 1565 con Alejandro Farnesio, duque de Parma.[21] Está
escrito en lengua portuguesa y tenía como título “Trattato di cucina”, título
al que se añadió posteriormente la palabra “spagnuolo”. Participa de las
características de los recetarios femeninos, por pertenecer a la Infanta Doña
María de Portugal, pero se halla más próximo a los libros de cocina cortesana.
El texto recoge 61 recetas
culinarias, divididas en cuatro partes. La primera, titulada “Cadermo dos
magares de carne”, es decir, cuaderno de los manjares de carne, contiene 26
recetas a base de carne, lo que refleja claramente la importancia central de la
carne en la alimentación de las clases privilegiadas. La segunda se titula
“Caderno dos mangares de ovos”, que consta sólo de 4 recetas. La tercera lleva
por título “Caderno dos mangares de leyte”, con 7 recetas. Y finalmente la
cuarta parte, con el çtítulo de “Caderno das cousas de comservas, con 24
recetas, que responde al interés que los recetarios femeninos suelen siempre
poner en la conservación de los alimentos y en las diversas maneras de
conservarlos, tanto por razones de economía, como por razones de gusto.
Este “Tratado de cocina española”
tiene la apariencia de un cuaderno de notas, con varias páginas en blanco en
medio del texto, entre cada una de las partes, claro indicio del propósito de
dejar espacio para seguir anotando recetas en etapas sucesivas en cada uno de
los grupos de productos. En ese sentido se refleja la huella de la mano de
varios copistas, el inicial, al que corresponde la mayor parte del texto y
otros dos que añadieron algunas recetas. Aunque en este caso la gran mayoría de
recetas son de alimentos, existen algunas otras de remedios, por ejemplo las
recetas para curar los dientes, las anginas y las quemaduras, que figuran al
final del manuscrito.
Las relaciones no se limitaban a
Portugal. Cada una de las reinas venidas de países extranjeros traía consigo
sus propios cocineros y sus propios gustos culinarios. Así por ejemplo, en el
siglo XVI Isabel de Valois, tercera esposa de Felipe II tenía a su servicio un
cocinero francés con toda su cohorte de ayudantes y criados.[22]
El cocinero mayor de Isabel fue Florentin Hori. Su escuyer de cocina fue Diego
de Medrano.[23]
La nueva Casa de la Reina: Ana
de Austria, cuarta esposa de Felipe II
Para la Casa de la Reina especial importancia tiene el
reinado de Felipe II. El Emperador, que regía su Casa de acuerdo con la
etiqueta borgoñona, dio orden de que se introdujera el mismo ceremonial en la
Casa del Príncipe Felipe. En este marco ceremonial, será Felipe II, ya rey, el
que ordenará la Casa de la Reina, concretamente a partir de su cuarto y último
matrimonio con Doña Ana de Austria: “Hordenanzas y Etiquetas que el Rey Nuestro
Señor Don Phelipe Segundo, Rey de las Españas, mandó se guardasen por los
Criados y Criadas de la Real Casa de la Reyna Nuestra Señora, Dadas en Treinta
y uno de Diziembre de Mil Quinientos y setenta y cinco Años y Refrendadas Por
su Secretario de Estado Martín de Gaztelu”.[24]
El cargo principal de la Casa de la
Reina era el de Mayordomo Mayor, del que dependía “principalmente el buen
gobierno, administración y disciplina de la Casa, y distribución y buen recaudo
de la hacienda”. El puesto debía ser siempre ocupado por un noble de primer
rango. Entre sus muchas obligaciones se halla la de asistir lo más
frecuentemente que pueda a las comidas de la Reina, con el fin de prevenir y
ordenar cuanto convenga al servicio de la mesa. Había de vigilar especialmente
las comidas públicas de la soberana, con la instrucción expresa de que no
permita la presencia de menino alguno con recados a las damas de servicio. Era
ésta una gran preocupación de Felipe II, que quería erradicar de la corte la
proliferación de galanes que cortejaban directa o indirectamente a las damas.
Por debajo del Mayordomo Mayor se
hallaban los Mayordomos de la Reina, que servían por turnos de siete días, por
lo que recibían el nombre de Mayordomos semaneros. También debían ocuparse muy
especialmente de todo lo relacionado con la alimentación de la Reina. El
Mayordomo de servicio debía encontrarse en Palacio: “A las oras que se
entregaren las puertas a los porteros, y el semanero ha de yr antes por la mañana a la cozina y ver y
entender lo que estuviere ordenado para la comida de la Reyna, Príncipes e
Infantes y con assistir en su aposento a las oras que convenga para su servicio
y acompañamiento.” Estaban obligados a asistir a las comidas de la soberana
cuando las realizaba en público.
También el Médico de Cámara debía
ocuparse de controlar la alimentación de la Reina y sobre todo la buena calidad
de los productos. Junto con el Mayordomo Semanero examinaba diariamente los
alimentos que iban a prepararse, para garantizar que todo fuese “de la calidad
y bondad que se requiere.”
Además del control de calidad a
cargo del médico, se establecía también un control económico, del que se
ocupaba el Contralor. Tenía que asistir cada día a la entrega de alimentos al
cocinero mayor, para observar su calidad y después supervisar en la cocina que
todo se preparara de acuerdo con lo ordenado y nadie se apropiara indebidamente
de los productos destinados a la mesa real. También se hallaban bajo su
responsabilidad el pan y el vino. “Todo en prevención del mayor beneficio y
aprovechamiento que pudiera haver en las cosas que se compraren y gestaren.”
Los Reyes comían separados, salvo en
fiestas y celebraciones especiales. En general la Reina comía en privado,
“retirada”, según la expresión de la época. Existía siempre un ritual de
servicio, pero relativamente sencillo. Las comidas públicas de la Reina se
hallaban muy bien reglamentadas. Tanto éstas como las que realizaban juntos la
pareja real, se consideraban ceremonias de gran importancia. El acto de comer
se transformaba en un ritual, donde ya no comían dos personas, sino que se
escenificaba el poder y la gloria de la Monarquía a la que el Rey y la Reina
encarnaban.
El ceremonial de la comida pública de la Reina, tal como
fue establecido por Felipe II, era muy solemne. A la soberana la servían
hombres y mujeres. Los cargos de mayor autoridad correspondían a hombres, el
Mayordomo Mayor y los Mayordomos semaneros. Oficios secundarios estaban también
desempeñados por hombres, como sucedía con los pajes, los ujieres y los
maceros. Pero las personas más próximas a la Reina eran Damas, algunas de las
cuales se ocupaban de servicios muy determinados, como era el caso de la dama
trinchanta, que tenía a su cargo el corte de las viandas y su presentación y la
dama copera, encargada de ofrecer a la reina la copa con la bebida siempre que
la Reina la demandara.
Sólo el lavamanos inicial daba lugar a todo un complejo
rito:
“Quando se hubieren de servir las fuentes a la Reina, assí al principio
como a la postre ha de salir por ellas uno de los paxes que sirvieren a la mesa
y terná cuenta el Mayordomo semanero de mandarlas tomar a uno de los mayores y
principales que allí sirvieren y assi mismo el dicho Mayordomo semanero saldrá
fuera y volverá acompañando delante de las dichas fuentes. Y si fuere día
solemne, en que huvieren de servir maceros yran delante del Mayordomo, haziendo
su officio, y los otros días lo hara el uxer de la vianda, y llegado el paxe
con las fuentes (sobre las quales ha de traer la toalla para que la trinchanta
la ponga en la mesa delante de la Reyna) y las dará a la Dama que las ha de
servir, y ella se hincará de rodillas junto a la trinchanta a la mano izquierda
della.
“Llegando ella [la Dama] se hincará de rodillas junto a la trinchante,
a la mano izquierda Della y las asentará [las fuentes] cubiertas en la mesa, y
la trinchanta después de puesta la toalla, ha de alçar la fuente de encima y
luego la Dama que las sirviere hechará un poco de agua en ella y la trinchanta
se la dará a salvar a la copera, y lo mismo hará la trinchanta y la pondrá
delante de la Reyna y la copera hechará entonces el agua y acabada de lavarse
tornará a tomar la misma trinchante aquella fuente y la echará sobre la otra
que la copera tuviere, y entonces la copera se levantará con ambas fuentes y
hará su reverencia y volberlas ha dar al paxe de quien las recibió…”
“Para que la Reyna se pueda labar más libremente terná la trinchante
cuidado de apartar los platos que estuvieren en la mesa quanto espacio fuere
menester, para que se assiente la fuente en ella, advirtiendo que no han de
estar entonces puestos en la mesa sino los platos de fruta.” [25]
Terminado este acto inicial del lavamanos, se disponía la
mesa para la comida propiamente dicha, colocando los cubiertos sobre la mesa,
pero no los platos. Los platos de la vianda “estarán en otra mesa, que para
este effecto se ha de cubrir, con lo cual se excusa el dar otras personas la
toalla a la Reina, porque en esto queremos que se haga lo que usava la
Emperatriz mi señora, que sea en gloria, y esta misma orden se guardará en
cuanto a esto con los dichos Ynfantes.”
El paje que había traído las fuentes
a la mesa permanecía de rodillas durante todo el lavamanos. Terminado este acto
de introducción, de nuevo en pié, el paje retiraba las fuentes y salía de la
sala, acompañado de los ujieres o los maceros.
Estuviese o no presente el Mayordomo
Mayor, siempre debía hallarse pendiente del servicio el Mayordomo semanero al
que correspondiese el turno, situado en lugar inmediato al estrado en que se
hallaba la Reina sentada a la mesa. Nadie más estaba autorizado a acercarse a
la soberana, con una advertencia concreta: “Y nunca se ha de poner nadie entre
la Reina y la Dama que sirve la copa,” signo evidente de la preocupación por el
respeto y la seguridad.
El servicio de la mesa era siempre muy ceremonial, casi
litúrgico, tanto al presentar a la mesa real desde la mesa auxiliar los platos
con las diversas viandas, generalmente carnes asadas, que eran cuidadosamente
cortadas y ofrecidas por la dama trinchante, como sobre todo al presentar la
bebida, función de la que se ocupaba la dama copera. A una señal de la reina,
el paje, acompañado por el ujier, iba a buscar la copa a la mesa auxiliar y la
entregaba a la copera, quien se ocupaba de ofrecerla a la soberana. Cuando esta
terminaba de beber todo el ritual se desarrollaba a la inversa, de las manos de
la reina, la copa pasaba a las de la dama copera y de esta al paje, que
acompañado por el ujier la devolvía a su sitio en la mesa auxiliar. El
Mayordomo semanero supervisaba toda la operación. El servicio de la copa, según
precisa la instrucción de Felipe II, por lo que atañe al paje, sólo podía
realizarse por quienes “estuvieren asentados y tuvieren gaxes en los libros de
la Casa de la Reina.”
La comida de la Reina siempre era muy abundante y de gran
calidad, pues no se trataba sólo de saciar el apetito de la persona, sino de
manifestar la grandeza de la monarquía. La abundancia del menú regio era tal
que estaba siempre destinado a sobrar y a sobrar mucho. Pero nada se
desaprovechaba. Del llamado “remanente del plato de la Reina” comían las damas
que debían estar a su servicio en palacio.[26]
El cocinero mayor de Ana de Austria fue Antonio de Alosa,
que juró su cargo el 3 de diciembre de 1570. Tenía 66.000 mrs. de gajes al año
y cobraba también en especie. Su ración diaria era de cuatro panecillos, una
azumbre de vino, dos libras de vaca y otras dos de carnero. Los días de
vigilia, en lugar de carne se le daba pescado cecial y ocho huevos.[27]
Los reyes comían ordinariamente por
separado y en privado. Sólo en determinadas ocasiones comían juntos y en
público, generalmente con ocasión de alguna fiesta o celebración especial.
Jehan l´Hermite cuenta un lujoso banquete que presenció en la corte de Felipe
II, celebrado en el Alcázar de Madrid y presidido por la Reina Ana de Austria:
“Esta estancia [la sala grande] se
hallaba ricamente adornada con un tapiz muy estimable que representaba la
conquista de Túnez, todo él ejecutado sobre una tela hermosísima, ornada con
colores bellos y muy vivos realzados o iluminados por el oro y la seda.
Y
en esta sala se pusieron y alzaron algunas mesas y muebles, y al final de ella
se colocó su trono, de magnificencia verdaderamente real, bajo el cual se
sentaron a la mesa. Dije que había cinco palios dispuestos consecutivamente.
Había uno para cada personaje, y todos ellos estaban ricamente elaborados y
adornados con perlas y piedras preciosas, bordados y hechos con punto de aguja,
que era una cosa que causaba mucha admiración. Todos los asientos eran de oro
tejido y estaban alineados.
Se sentaron en ellos los cinco
siguiendo el mismo orden que habían observado en la iglesia, a saber la reina en
la mitad de todos, a su derecha el rey, y a la suya el archiduque, y a la
izquierda de la reina estaban el infante y al suyo la archiduquesa.
Todos ellos fueron servidos por los
gentileshombres de boca y por sus damas y sirvientas, que todos ellos saben
hacerlo maravillosamente, observando en todo las ceremonias de la grandeza y
boato real, y que en casos semejantes suele emplearse. Eran las cinco de la
tarde y todavía no se habían sentado. Trajeron la carne, que llegó en bastante
buen orden, y la llevaron los gentileshombres de boca del rey y del archiduque;
delante de ellos iba el mayordomo mayor y todos los demás, sostenía su bastón
en la mano.
Y
durante la cena hubo música de clarines y trompetas en el patio de palacio. Y
en la misma sala no faltó ningún género de música. Se tocaron toda suerte de
instrumentos musicales, que oía complacido el rey, cosa digna verdaderamente de
ser vista y de guardar en perpetua memoria
Y
todas las mujeres salvo las que aquel día servían la mesa, se colocaron a lo
largo de las paredes de la mencionada sala, y allí se mantuvieron de pie
durante esta real cena, contemplando a los gentileshombres que ellí abundaban.
Llevaban todos ellos la cabeza descubierta, salvo los Grandes de España,
quienes se cubrían (como ya hemos dicho en diversas ocasiones) delante del rey,
y en la sala hubo durante toda la noche toda clase de música, como también se
ha dicho.
Terminada
la cena, estos cinco personajes se retiraron cada uno a su cuarto y dejaron su
lugar a las damas y gentileshombres. Eran las ocho de la tarde y las mesas
todavía no se habían levantado. Una vez puesto todo en buen orden, volvieron
Sus Majestades y Altezas a la mencionada sala, y a ellos les siguieron las
damas, y se sentaron en sus asientos y debajo de su trono como antes habían
hecho, y todas las damas lo hicieron también en los lugares que les había
asignado el mayordomo, esto es, sobre los tapices de Turquía hechos en seda y
cuadrados de tela de oro de muy grande valor, todo ello puesto en buen orden, a
saber, a todo lo largo de la sala por uno y otro lado, de dos en dos por cada
cuadrado, de tal modo que hubo bastante espacio para que los gentileshombres se
encontrasen a gusto en el festín, del que disfrutaron con el recato y nobleza
que debe observarse en presencia de tales príncipes.”[28]
Este relato refleja muy bien la calidad de espectáculo que
tenía todo gran banquete y muy especialmente los festines de la corte, que era
toda ella por definición un puro espectáculo del poder y la gloria de la
monarquía.
Comidas públicas, comidas
retiradas y comidas de campo
En tiempos de los Austrias la corte española alcanzó un
alto grado de orden y ritualización. Se consideraba como una de las más
organizadas y ceremoniosas, ejemplo a imitar. Diversas etiquetas fueron
desarrollando y especificando los deberes y derechos de unos y otros y
diseñando los modos y maneras de realizar todos y cada uno de los actos tanto
públicos como privados. El ceremonial fue fijado en sucesivos momentos.[29]
Las ordenanzas de Felipe II para la Casa de la Reina
marcaron la pauta y en los reinados siguientes se continuaron y desarrollaron.
Las Ordenanzas de 1603 dictadas por Felipe III para la Casa de su esposa la
Reina Margarita se insertan en la misma línea. Algunos ejemplos referidos a la
cocina y a la mesa pueden resultar ilustrativos.
Sobre el cocinero mayor establecen entre otros los
siguientes deberes y obligaciones:
“El cocinero mayor se allará todos los días en el guardamanxier con el
portador de cozina y en presencia del contralor y escuyer rezivirá lo que se le
hordenare para el platto de la Reyna y no recivirá cosa que no sea de la bondad
que combiene.
Y llegando a la cozina repartirá la vianda a los otros cocineros para
que cada uno haga lo que estubiere a su cargo vien y limpiamente de que tendrá
cuydado de manera que quando fuere ora de servir lleve cada uno lo que le
tocare de la tabla de la cozina.”[30]
En cuanto al retiro de la comida de la Reina en días
ordinarios, se establecían grados diferentes:
“Comiendo o cenando la reyna retirada en la Cámara que está más afuera
del estrado podrán entrar los grandes y el aposentador y cavallerizo mayor de
la reyna y primer cavallerizo y mis mayordomos y los de mi cámara y los hixos
mayores de los Grandes con licencia, usándose de todo como se ha dicho. […]
Comiendo la reyna en la dicha cámara podrán haver puerta y entrada quando lo
manadare y hechará la vendición de la messa el limosnero mayor ayudándole el
capellán semanero pero si ubiere obispo allí la hechará.
Quando la Reyna quisiere comer o zenar más adentro de esta cámara, por
estar más retirada la ayan de servir las damas sin entrar oficial ninguno no
otra persona excepto el mayordomo mayor, y entonces la guardamenor a de estar
junto a la puerta más adentro y tener quenta con que los que fueren a traer y
sacar los platos no se paren ni se ocupen en otra cosa, sino en el servicio de
la reyna sólo, y tendrá quenta con que ninguna persona ni paxe llegue a dar
recado a ninguna dama durante este servicio y el mayordomo semanero asista a la
dicha puerta por la parte de afuera durantte este servicio con el mismo
cuydado, y quando la reyna comiere o zenare más adentro dessto entonzes las
mozas de cámara salgan por los plattos y los darán a las damas.”[31]
Además de las detalladas instrucciones que se fijan en las
etiquetas cortesanas, otros relatos explican los rituales y ceremonias de las
comidas de la Reina. A lo largo del siglo XVII una serie de testimonios ayudan
a comprender la diversidad de modalidades que podía tener la comida de la
Reina, más o menos privadas, públicas con mayor o menor solemnidad, en
solitario o en compañía del rey, en el palacio o en el campo.
Las comidas públicas de la soberana eran escasas, lo que
las hacía más extraordinarias y eran una buena oportunidad para que los
caballeros galantearan a las damas. Según un viajero francés que visitó España
a principios del siglo XVII: La reina, entonces Doña Margarita, “come en
público tres o cuatro veces al año, y esos días, como los del baile, son muy
esperados y deseados por los caballeros de esas damas, que tienen el privilegio
durante la comida de la reina de de hablar cada uno con la suya y, me decían,
con el sombrero en la cabeza, sin ser interrumpidos ni que nadie oiga lo que
dicen, tan solo con que la reina los vea.”[32]
En días de fiesta el ritual se complicaba. Era privilegio
de las damas de la Reina comer en público con los Reyes el día de su boda. Un
buen ejemplo es la crónica de la boda del condestable de Castilla en 1624, en
que se relataba la comida de boda con los reyes, Felipe IV e Isabel de Borbón:
“Tras acabar el desposorio besaron los desposados las manos de los
Reyes […]. Después en el salón grande colgado de la tapicería rica de Túnez, y
en tarima alta, debaxo del riquissimo dosel comieron en público, y la desposada
con ellos, sirviendo al Rey la copa, don Baltasar de Haro, y trinchando don
Pedro Pacheco, y Conde Villamar; y a la Reyna e Infanta quatro damas: a la
desposada el Conde Ricla: y el desposado y Osuna tuvieron lugar con la señora
doña Luisa Carrillo. Las demas damas y meninas con varios galanes. La comida
fue como de Reyes, servida de los Gentilhombres de la boca. Acabada, cada galán
acompañó a su dama al cuarto de la Reyna, honrándolas el Rey, estando
descubierto, y aviendo entrado, se levantaron sus Majestades, y Altezas y los
Grandes los acompañaron, y el desposado y Patriarca, que hazian cabecera a la
mesa donde comieron casi todos los señores, fueron huéspedes del Mayordomo
mayor de la Reyna, donde se les dio un gran banquete de cien servicios de a
quatro, y tarde se acabó.”[33]
Otro viajero francés, Antoine Brunel, comentaba una comida
de la Reina, entonces Mariana de Austria, a la que había podido asistir con
ocasión de su estancia en Madrid en 1655:
“El día de la Ascensión, por mediación del señor Benjamín Ruht, inglés,
nos permitieron estar en un rincón de la cámara donde la reina comía. […]
Frente por frente, hay una dama que pone ante ella todos los platos que traen,
y que es como su escudero trinchante. A los lados hay otras dos; la de la
derecha prueba la bebida y le da de rodillas la copa; la de la izquierda le
tiene el plato y la servilleta: Bebe muy poco, pero come bastante bien: Le
sirven multitud de platos, pero pocos buenos, por lo que pude juzgar. Tiene un
bufón que habla casi siempre y que trata de hacerla reír y de distraerla con su
charla. Cuatro o cinco niños, que son de las mejores casas de España, llevan
los platos, que van a buscar a la habitación próxima. Los llaman meninos, y no
quiere que sean pajes, diciendo que no hay más que el rey que los tenga […].
Nos sorprendió ver que la majestad de España, tan grave, se olvida en esos
sitios: porque en presencia de la reina, esos meninos no se comportan con
respeto; se les oía hablar, y se repartieron con el bufón un plato de manzanas;
hasta en la puerta hubo uno que, empujando al otro, hicieron ruido, sin que
nadie interviniese para castigarles.”[34]
Aunque en la corte la mesa era siempre etiqueta y
ceremonial, también había ocasiones en que se organizaban banquetes más
informales, basados en la recreación de fantasías populares de abundancia
ilimitada. A la combinación de cocinas procedentes de diversos países, propia
de la corte, se añadían algunas trazas de la cocina popular. Es interesante la
noticia que aporta Jerónimo de Barrionuevo en sus Avisos, explicando la monumental comida que se ofreció a los reyes
Felipe IV y Mariana de Austria en el real sitio de la Zarzuela en enero de
1657, consistente en una fantástica olla podrida, generosamente acompañada de
mil platos más:
“Miércoles 17 de éste se hizo en la Zarzuela la comedia grande que el
de Liche [Marqués de Eliche] tenía dispuesta para el festejo de los Reyes […].
Hubo una comida de 1000 platos, y una olla disforme en una tinaja muy grande,
metida en la tierra, dándole por debajo fuego, como a horno de cal.
Tenía dentro un becerro de tres años, cuatro carneros, 100 pares de
palomas, 100 de perdices, 100 de conejos, 1.000 pies de puerco y otras tantas
lenguas, 200 gallinas, 30 perniles, 500 chorizos, sin otras 100.000 zarandajas.
Dicen que costó 8.000 reales, siendo lo demás de ello presentado.
Todo cuanto aquí digo es la verdad, y ando muy corto, según lo que
cuentan los que allá se hallaron, que fueron de 3.000 a 4.000 personas, y hubo
para todos, y sobró tanto, que a costales lo traían a Madrid, y yo alcancé unos
relieves o ribetes.
Todo esto fuera de las tostadas, pastelones, empanadas, cosas de masa
dulce, conservas, confituras, frutas, y diversidad de vinos y aguas
extremadas…”[35]
Estaba muy bien establecido por las
etiquetas los días que los reyes comían juntos, pero en ciertas circunstancias
se cambiaban las costumbres por motivos varios, ya fuese para economizar o ya
fuese como distracción. A fines del reinado de Carlos II, cuando la Hacienda
real se hallaba extremadamente apurada, la reina, entonces Mariana de Neoburgo,
invitó al rey a comer a sus estancias, con el fin de ahorrar y también con el
propósito de divertirle. Según escribía el Doctor Geleen en una carta al
Elector Palatino, fechada en diciembre de 1698:
“Sus majestades gozan de perfecta
salud y organizan muchas hermosas fiestas. El día de San Andrés comió el Rey en
el cuarto de la Reina, invitado por ella, a causa de no sé qué privilegio de
Grandes y Ministros [se refiere a los caballeros de la Orden del Tosión de
Oro], que le habría obligado a regalar la vajilla de plata usada ese día en su
mesa. La Reina discurrió para agasajarle varias invenciones, entre ellas unos
castillos artificiales; hizo traer a la mesa un gran pastel, del que salió de
improviso, un cordero vivo, que llevaba colgado al cuello una rica insignia del
Toisón, hecha con piedras preciosas. Entró después, un buey cebón, con un
manguito y unos guantes, también para el Rey, que los está usando todavía.
Hacía tiempo que no se le había visto tan alegre. Amenizó el banquete la
orquesta alemana.”[36]
Reinas y cocineros del
Barroco
En el siglo XVII, el organigrama de servidores en la Corte
era complejo. Las relaciones resultan muy expresivas sobre el número de
criados, su especialización en diversos trabajos, así como sus posibilidades de
promoción dentro del servicio, en este caso el de Cocina. Al servicio de la
Casa de la Reina existían cocineros españoles, pero también existían cocineros
extranjeros, que las soberanas incluían en sus séquitos al trasladarse a
España, de acuerdo con sus preferencias. Continuó la influencia de la cocina
germánica, a través de la presencia de las reinas procedentes de la rama
vienesa de los Habsburgo, como Margarita de Austria, esposa de Felipe III, y
más tarde Mariana de Austria, segunda esposa de Felipe IV, pero se añadió
también una cierta influencia francesa, por medio de las reinas procedentes de
Francia, primero Isabel de Borbón, primera esposa de Felipe IV, y
posteriormente María Luisa de Orleáns, primera esposa de Carlos II. Aunque no
siempre resulta fácil identificar las procedencias sólo por el nombre, dada la
costumbre de españolizar los nombres y apellidos, algunos ejemplos pueden
resultar ilustrativos.
En la Casa de la reina Margarita de Austria los nombres de
los diversos servidores del Oficio de Cocina eran casi en su totalidad
españoles:
Veedor de la vianda: Juan del Castillo, Bernardo Gómez de la Reguera,
Luis Jacoulet, Lorenzo Vaca y Diego de Villegas.
Ujieres de la Vianda: Diego de Morales y Francisco de Aguilera.
Cocinero Mayor: Juan de Mesones.
Oficiales de la Cocina: Toribio de Agüero, Pedro de Betona, Juan Cosme,
Bartolomé Lanz, Juan de Mesones y Pedro de Villacorta.
Ayudas de la Cocina: Toribio de Agüero, Joan Belinax, Andrés Daza,
Diego Esteban, Amador de la Haya, Joan de Linar, Álvaro Pérez.
Mozos de Cocina: Pedro de Betona, Pedro de Carvajal, Juan de Corras,
Alonso García, Miguel de Minaya, Ambrosio Mojón, Juan Pacheco, Juan de Quevedo,
Guillermo de Rodas, Pedro Rodríguez, Pedro Tejón, Francisco de Villa, Pedro de
Villacorte.
Galopín: Juan de Quevedo.
Porteros de la Cocina: Cristóbal Martínez Despinier, Diego de morales,
Luis de Portillo, Pedro de Portillo, Antonio de Torres.
Pasteleros: Pedro García y Francisco Suárez.
Confiteros y especieros: Juan de Briceño de la Herrán y Hernando
García.
Potajier: Jerónimo Gila y Juan de la Torre.
Criado con servicio en la Potajería: Pedro de Navarrete.
Busier de la Cocina: Diego Calderón.
Portadores de Cocina: Toribio de Agüero, Bartolomé Lanz, Miguel de Minaya,
Guillermo de Rodas, y Pedro de Villacorta.
Conservera: Jerónima de Acosta.
Lecheros: Diego Medina, Nicolás de Hita y Bartolomé de Merchán.
Verdugadero: María Jiménez y Juan Romero.[37]
El cocinero de la Reina Margarita fue un español, Juan de
Mesones, procedente de la Cocina del Rey. Juró el cargo de oficial de la cocina
de la Reina el 17 de enero de 1599, con los mismos gajes que tenía en la cocina
del Rey, 27.375 mrs. al año, más una ración de cuatro panecillos, un azumbre de
vino y cinco libras de carnero. El 1 de febrero de 1600 fue ascendido a
Cocinero Mayor, con los 66.000 mrs. de
gajes al año, que era el sueldo asignado al cargo. Sirvió a la Reina hasta su
fallecimiento el 11 de noviembre de 1616.[38]
En la composición del servicio de cocina de la Casa de la reina
Isabel de Borbón, entre muchos nombres españoles, encontramos algunos
franceses:
Veedor de la vianda: Jusepe de Fuentes
Oficiales de la cocina de boca: Jehan Riviere y Charle de Villenieve.
Oficiales de la cocina de los estados: Juan de Quevedo y Pedro de
Villacorta.
Mozos: Julián Dacier, Juan Libois, Pedro de Joan y Juan Pacheco.
Galopines: Pedro Vallejo, Juan Fernández y Toribio Fernández.
Portadores: Pedro de Carvajal y Francisco de Villa.
Potajier y Busier: Domingo de Otero.
Pastelero: Jerónimo de Casañas.
Lechero: Nicolás de Hita.
Portero: Juan de Mantilla.
Aguador: Alonso de Salvatierra.
Cebadera de las aves de regalo: María Luisa.[39]
Charles Villeneuve vino de Francia
con la princesa Isabel como su oficial de la Cocina. Comenzó a cobrar gajes
desde que la comitiva de la princesa entró en España el 9 de noviembre de 1615.
El 8 de mayo de 1618 fue promovido a Cocinero Mayor de la Princesa de Asturias,
primero con gajes de ayuda y a partir del 28 de junio de 1818 con gajes de
cocinero mayor. En octubre de 1628 se le dio licencia para ir a Francia por
cuatro meses. Entonces ya había castellanizado su nombre, cambiándolo por
Villanueva.[40]
También vino de Francia con la Princesa Juan del Ferro,
como mozo de Oficio de la Cocina, con 2.000 mrs. de gajes y ración ordinaria.
El 8 de mayo de 1618 fue ascendido a oficial con 33.000 mrs. de gajes y la
ración y el 30 de abril de 1623 ascendido a cocinero mayor de la Reina, con
66.000 mrs. de gajes, dos raciones ordinarias, casa de aposento y botica. En
1635 solicitó una pensión para un hijo, alegando que “a más de 22 años que
sirbe y que no se le ha hecho merced ninguna en todo el dicho tiempo y que se
halla con mujer y con seis hijos que sutentar.” El Bureo estimó “que sirve con
satisfacción y está legitimado en estos Reinos y casado con muger española.” Se
le asignaron 200 ducados, que al final quedaron en 150. En 1643 ya había
fallecido.[41]
Para completar el panorama de las
relaciones culinarias hispano-portuguesas que tan importante había sido en el siglo
XVI, es oportuno recordar al más famoso cocinero español de la Corte de los
Austrias, Francisco Martínez Montiño, cocinero de Felipe III y Felipe IV y
autor del famoso libro de Cocina Arte de cocina, pasteleria, vizcocheria y conserveria, publicado en Madrid en 1611. Según confiesa en el prólogo de su obra,
desde niño había aprendido el oficio en la cocina de la infanta Doña Juana,
madre del rey don Sebastián de Portugal, cocina que pone como ejemplo de buena
organización, citando como testigos de su afirmación al cocinero mayor de la
Reina, -entonces Margarita de Austria, esposa de Felipe III-, Juan de Mesones,
y su ayuda, Amador de Aya. De estos orígenes podría acaso proceder en parte la
influencia lusitana que se detecta en su recetario.[42]
Francisco Martínez Montiño fue cocinero del futuro Felipe
III desde que se le puso Casa siendo príncipe heredero y siguió a su servicio
al convertirse en rey y durante todo su reinado. En septiembre de 1620 presentó
un memorial en el que afirmaba llevar treinta y cuatro años sirviendo el
oficio, después haber servido otros cinco años a Doña Juana. Declaraba como
mérito haber acompañado al rey en todas sus jornadas y no haber recibido nunca
ninguna retribución extraordinaria. Se lamentaba de encontrarse “muy pobre y
viejo.” Solicitaba que sus hijos entraran a servir en el Alcázar. Continuó como
cocinero mayor de Felipe III hasta la muerte del monarca en 1621. Después
siguió unos años como Cocinero de Servilleta del nuevo rey Felipe IV.[43]
La afluencia de cocineros extranjeros a la corte española,
a través de la Casa de la Reina, fue continuada. La primera esposa de Carlos
II, María Luisa de Orleáns trajo consigo de Francia varios cocineros. Uno de
ellos era Carlos Collard, que “vino con la reina sirviendo de cocinero en
1680”. El 25 febrero 1680 solicitaba que se le jure su plaza, señalándole el
goce que le pertenece, puesto que la está sirviendo. "Y por si llega el
caso de estar malo o bolverse a Francia -como no dudo sucederá- mandaré a los
otros dos cocineros mayores asistan a verle obrar para que puedan executar los
platos que son del gusto de la Reina". El Grefier de la Reina y
Secretario de Rey ordena el 28 de febrero que jure. Cobraba 66.000 maravedíes
de gajes al año, 61.065 raciones ordinarias, 2 libras de pan común, 408
maravedíes de colaciones de Navidad. Había de entregar 63.736 mrs. de media
annata. Pero sólo se quedó en la corte española unos años. En 1684 volvió a
Francia.[44]
Para sustituirle se mandó venir de Francia a otro cocinero,
Gil Forni. El 12 diciembre 1684 juró como cocinero mayor de la Reina, en lugar
de Carlos Collard "que era y se ha vuelto a Francia" y con el goce que le
correspondía. Le sucedió en el cargo porque "acude a lo que es de su real gusto".
Su sueldo era de 66.000 mrs. de gajes, 61.065 de las dos raciones, una sin pan
común y 498 mrs. de la colación de Navidad. De los primeros gajes se le
descontaron los 63.053 mrs. de la media annata. El 22 enero 1685 reclamaba la
ración desde el día en que sustituyó a Collard y no desde que juró el cargo. Se
le negó, porque “solo cumplió su obligación”. Falleció aquel mismo año.[45]
Le sucedió Gaspar Rebufa, de nacionalidad francesa. El 30
agosto 1686 se le nombró Cocinero mayor de la Reina en lugar de Forni "que tenía la plaça
y ha fallecido". Preguntaba si había de tener los mismos goces y
ración pues "por razón de número no le pertenece" y se le dió igual que
a Forni como cocinero mayor. Juró en manos del Grefier de la Reina, Manuel
Zorrilla de Velasco y del Marqués de Velada su Mayordomo Mayor. El sueldo fue el
mismo, con un pan en la ración.[46]
Otro de los cocineros franceses era Lázaro Andrés, que fue
enviado por el Duque de Orleáns, para servir a María Luisa y juró su plaza como
Cocinero Mayor de la Reina en 1680 cobrando igual que Collard. Falleció en
1686.[47]
Otro francés, Nicolás Vigo, sustituyó a Lázaro Andrés al fallecer éste. Se
volvió a Francia en 1689.[48]
Al mismo tiempo servía en la cocina de la Reina Juan Frayer, también de
nacionalidad francesa, que juró como Cocinero Mayor de la Reina en 1684.
El 7 diciembre 1685 el Contralor de la Reina mandaba que se admita:
"al
cozinero que ha venido de Francia, en su cocina de Boca y que se le deje obrar
en las viandas que hiziere de su orden o por sí o como uno de los cocineros
mayores, sin asiento ni goce por aora hasta que S.M. se halle satisfecha de su
abilidad y pueda solicitar al Rey Nuestro Señor lo demas que fuere de su gusto".[49]
María Luisa de Orleáns tuvo unas relaciones difíciles con la comida. Tenía
sólo diecisiete años cuando contrajo matrimonio el 18 de noviembre de 1679.
Aislada en la corte española y frustrada por no poder dar un heredero a la
Corona, María Luisa se refugió en la comida, pese a los consejos de los médicos
de palacio. Su afición a comer le causó muchos problemas de salud.[50]
Sentía predilección por las carnes asadas, pese a las advertencias de uno de
sus médicos, Juan Lorenzo Franchini, el cual le decía: “Absténgase de tan nocivos alimentos”,
pero ella se los hacía servir a escondidas. También le gustaban mucho las
mandarinas y solía llevar siempre en un bolsillo, para comerlas cuando le
apetecían. Su vida en la Corte española fue muy insatisfactoria y poco feliz,
entre otros muchos motivos, debido a los tratamientos médicos, que la obligaban
a severos ayunos. De poco le sirvieron, pues, los cocineros franceses que se
había traído en su séquito. Tuvo además muchos episodios de diarreas y
problemas intestinales, acaso debido a las pócimas que le suministraban para
quedarse embarazada. Otro de los recursos fue obligarla a seguir la dieta de 'friuras'
o alimentos fríos, pues los médicos creían que la ayudaría a concebir. En su
última enfermedad, según su biógrafo Vera, dijo a sus damas de compañía: “No os aflijáis y
escarmentad en mí, pues mis excesos me han puesto en tal estado...”.[51]
La reina murió de 12 de febrero de 1689, seguramente a consecuencia de una
apendicitis aguda con reacción peritoneal, aunque corrieron insistentes rumores
de envenenamiento.
Al morir María Luisa de Orleáns y volver a casarse Carlos
II con Mariana de Neoburgo, algunos de los cocineros franceses continuaron en
la corte española, pero se sumaron los cocineros alemanes y flamencos traídos
por la nueva reina. Esteban Cumar, alemán, juró en 1690 como cocinero mayor de
la Reina.[52]
Guillermo Guilbert, también alemán, en 1690 vino con la reina, se quedó en la
corte española como supernumerario y en 1694 marchó a Flandes.[53]
Le sustituyó Andrés Seco, flamenco. En 1694 el Grefier de la Casa de la Reina, por
R.O. de 21 de enero, dispuso que habiendo cesado Guillermo Guilbert en el goce
de su plaza, que tenía como “cocinero alemán” de la Reina, por haberle
concedido licencia para irse a Flandes de donde es natural, que en su lugar
entre de “cocinero de servilleta alemán” Andrés Seco, de nacimiento flamenco,
con el goce y demás emolumentos que corresponden: 66.000 de gajes al año, 2
raciones ordinarias con un solo pan común, 408 mrs. de colación de Navidad,
61.065 mrs. de ración, debiendo pagar el impuesto al contado.[54]
La composición del servicio de boca variaba según las circunstancias.
En tiempos de Mariana de Neoburgo componían la cocina de la
Reina, concretamente en 1686: 1 despensero mayor, 2 cocineros mayores, 4
ayudas, 4 mozos de oficio, 2 portadores, 2 oficiales porteros, 1 bussier, 1
lechero y 1 aguador. Pero en ocasiones el servicio se ampliaba. Otro alemán,
Beno Obamar, fue nombrado Cocinero de servilleta el 17 diciembre 1699 por orden
de la Reina, que deseaba un cocinero de servilleta y un ayuda alemán pese a no haber
vacantes.
Igual que se importaban cocineros, también se exportaban. Si con las
Reinas extranjeras que llegaban para ser Reinas de España llegaban cocineros
extranjeros, con las infantas españolas que marchaban al extranjero para reinar
en diversos países, iban cocineros españoles que servían a su señora y
contribuían a difundir la cocina de la corte española por otras naciones.
No siempre era fácil encontrar voluntarios para marcharse al
extranjero. Es significativo lo sucedido con ocasión del viaje a Francia de la
infanta Doña Ana, para casarse con Luis XIII en 1615. Según estaba acordado,
Ana debía llevar con ella cuatro capellanes, tres damas, doce mujeres de cámara
y numerosos cocineros, camareros y escuderos. Al buscar cocineros el resultado
no fue muy satisfactorio: “No hay oficial en la cocina de sus altezas que
voluntariamente quiera ir a Francia porque todos están casados y rehúsan ir si
no se les daba una buena merced y ayuda de costa. Pedro Betoño, que era oficial
de cocina, no quería ir, pero si se lo mandaba por fuerza habrá de obedecer y
que vaya por cocinero mayor.”[55]
Finalmente, en una “Relación de los criados que han de jurar y que van en
servicio de la Reina Ana Mauricia” figuran en el oficio de cocina: Pedro
Ventoñó, por cocinero de boca; Diego Pérez, por ayuda y Antón Sánchez, por
ayuda.”[56]
En España era oficial de cocina, pero pasó a Francia como cocinero mayor de la
Reina y con la merced prometida de mantener la misma plaza en caso de vuelta.
Regresó a España, pero la promesa no se cumplió y hubo de resignarse a servir
en la cocina de la Reina, pero como simple ayuda. Falleció en 1620.[57]
Otro buen ejemplo de cocinero, que sirvió por un tiempo en una corte
extranjera y de las dificultades que encontró a su regreso, puede ser Francisco
Vilon. La reina Regente Mariana de Austria, a quien servía en la corte
española, le hizo merced, el 15 de octubre de 1670, de la plaza de Ayuda de
Cocinero Mayor de la Emperatriz Margarita de Austria con la siguiente
condición: "sin goce ninguno hasta tanto no baque por muerte o promoción de
cualquiera de los ayudas que hoy sirven". Pero tiempo después Vilon
exponía en una instancia que la reina le hizo merced de la plaza de cocinero
mayor “para ir sirviendo a su Majestad Cesárea a Alemania y vino en ella a 4 de
julio de 1665 en que por hallarse con mucha falta de salud le dio licencia el
Sr. Emperador para volverse a España”. Al salir se le había ofrecido volver con
su plaza, pues "no es justo que quien ha servido a la Señora Emperatriz sirva a ningún
particular". No había vacante de cocinero mayor, pero deseaba
continuar como ayuda. Se informaba que "es muy buen cocinero y de experiencia... se
grangea con ello un criado muy apropósito para el ministerio". En
1672 pasó de Ayuda a la cocina del rey al fallecer uno de los titulares y debía
pagar 63.736 maravedíes de media annata, cobrando 66.000 de gajes y 408 de
ración. En 1675 al aumentar la plantilla de ayudas de la Casa del Rey exponía
que "se halla sin exercicio aunque con plaza" y pedía
volver a la cocina de la reina. En ese mismo año, en el mes de junio, expuso
que se le mandó suspender la ración sin haber dado causa para ello "se halla pobre con
la obligación de muger y 4 hijos a quien asistir y no tener otra cosa que su
trabajo, por cuya causa está sirviendo a la Excma. Dra. Duquesa del Infantado”.
Reclamaba su ración desde la fecha en que le suspendieron. Alcázar de Toledo 6
de junio de 1677". La última noticia de Vilon es del 11 mayo
1679 en la que se le nombró cocinero mayor de la Reina para una de las dos
plazas: "Concurren
todas las partes que se requieren de un gran oficial y limpieza además de ser
muy benemérito por sus muchos servicios".[58]
Aunque los cocineros de la corte eran generalmente hombres, también
existían algunas cocineras, contratadas por la Casa de la Reina, con el fin de
elaborar diariamente “platos de regalo”. Muchas de estas cocineras procedían,
igual que los cocineros, de los países de origen de las soberanas. Mariana de
Austria contrató a “una cocinera alemana” para la elaboración de platos
especiales. A la alemana le sucederá una española, Ana de Santillán. Trabajaban
separadas de los hombres. Los cocineros solían ignorarlas y los encargados de
suministrarles los víveres protestaron más de una vez, quejosos por el aumento
de trabajo, y más aún por haber de servir a mujeres.[59]
Las Reinas de Felipe V: entre
la cocina francesa y la cocina italiana
En la corte de los Borbones se produjeron cambios muy
significativos. La alimentación de la corte en el siglo XVIII se caracterizó
por la introducción de un gusto diferente y nuevo. Desde el advenimiento al
trono de Felipe V fue evidente la ruptura con la época anterior. Dejando aparte
los gustos personales, sobre la tradición española de la época de los Austrias,
se impuso la cocina francesa, derivada del origen francés de la dinastía, la
presencia de cocineros franceses en la Corte y el prestigio de la gastronomía
francesa, el gran modelo para toda la Europa de la época. El primer Borbón, de
la misma manera que cambió tantas otras cosas de la Monarquía Española, desde
el modo de gobernar y el sistema institucional hasta el estilo artístico de
arquitectos, pintores, escultores y músicos, cambiaría también el modo de
comer. La ruptura fue radical. Nuevos cocineros y nuevos platos vinieron a
sustituir a los antiguos, de los que muy pocos se mantuvieron.
Y aunque en ocasiones especiales se trató de buscar
fórmulas de compromiso, el cambio no pasó sin problemas. Bien significativa es
la anécdota contada por el Duque de Saint-Simon en sus Memorias, sobre el
accidentado banquete de bodas del primer matrimonio de Felipe V, con María
Luisa Gabriela de Saboya, acostumbrada como su esposo a la cocina francesa:
“Al llegar a Figueras el obispo
diocesano los casó de nuevo con poca ceremonia y poco después se sentaron a la
mesa para cenar, servidos por la Princesa de los Ursinos y las damas de
palacio, la mitad de los alimentos a la española, la mitad a la francesa. Esta
mezcla disgustó a estas damas y a varios señores españoles con los que se
habían conjurado para señalarlo de manera llamativa. En efecto, fue
escandaloso. Con un pretexto u otro, por el peso o el calor de los platos, o
por la poca habilidad con que eran presentados a las damas, ningún plato
francés pudo llegar a la mesa y todos fueron derramados, al contrario que los
alimentos españoles que fueron todos servidos sin percances. La afectación y el
aire malhumorado, por no decir más, de las damas de palacio eran demasiado
visibles para pasar desapercibidos. El rey y la reina tuvieron la sabiduría de no
darse por enterados, y la Señora de los Ursinos, muy asombrada, no dijo ni una
palabra. Después de una larga y desagradable cena, el rey y la reina se
retiraron.”[60]
El problema continuó en los días
siguientes. El Rey mandó que cocinaran para
la Reina cocineros franceses y que se le sirvieran platos franceses. El
cambio no pasó sin dificultades, resistencias y enfrentamientos. La Duquesa de
Orleáns, en una carta escrita a la Duquesa de Hanovre el 17 de noviembre de
1701, contaba algunas anécdotas reveladoras de los choques que se produjeron
entre la nueva reina y sus damas:
“(La Reina había pedido) que se prepararan sus comidas al modo francés,
en vista de que no podría comer la cocina española. El rey ordenó que
prepararan los platos de la reina oficiales de boca franceses. Viendo esto, las
damas hicieron cocinar a la española, no le sirvieron más que estos platos y
dejaron de lado los franceses. El rey se enojó, prohibió a los cocineros
españoles preparar las comidas y mandólas hacer exclusivamente al modo francés.
Las damas cogieron entonces las sopas y vertieron todo su líquido, diciendo que
esto podría estropear sus vestidos. Hicieron lo mismo con los guisados. No
quisieron tocar los grandes platos asados, diciendo que sus manos eran
demasiado delicadas; de los restantes asados arrancaron tres pollos con sus
manos, pusiéronlos en un plato y se los llevaron así a la Reina”.[61]
Pese a todas estas resistencias, la Reina acabó por imponer
sus gustos y comió siempre a la francesa. Ciertos detalles permiten conocer
algunas de sus preferencias. El 7 de febrero de 1707, la Princesa de los
Ursinos contaba a Madame de Maintenon que María Luisa hacía excelentes sopas de cebolla en su cámara.[62]
Felipe V impuso su criterio y la cocina francesa sería la
cocina de la corte española durante todo su reinado y los siguientes de sus
hijos. En el siglo XVIII se observa menos el contraste entre la Cocina del Rey
y la Cocina de la Reina, tanto en lo que se refiere a la organización como a
los gustos. Con la introducción de los Borbones cambió la organización de la
corte y las costumbres de la mesa. Los reyes, que antes hacían vida separada la
mayor parte del día, pasaban juntos todo el tiempo, incluidas las comidas y las
cenas. Felipe V no se separaba nunca de su primera esposa. Comer juntos y
dormir juntos eran dos de las nuevas costumbres introducidas por los reyes de
la Casa de Borbón en la corte española. Según la correspondencia de María Luisa
Gabriela de Saboya con la Duquesa de Borgoña, parece que fue consejo de ésta la
nueva costumbre de compartir el lecho y la mesa: “Pendant que nous étions
ensemble, il faisait ce qui vous lui avez dit, qui est qu´il ne faut jamais
separer le lit et la table, et j´espère que ce cera même quand il reviendra”.[63]
El resultado fue que, aunque se mantuvieron separados el Oficio de Boca del rey
y el de la Reina, en la práctica era la Cocina de la Reina la que servía
también al rey, pues ambos esposos comían juntos y compartían los mismos
gustos. En aquella época el modelo gastronómico francés era el modelo por
excelencia, que seguían muchas cortes europeas. Lo mismo sucedió durante el
resto del reinado.[64]
Durante el siglo XVIII la mayoría de los grandes cocineros
de la corte española fueron franceses. En tiempos de Felipe V los dos
principales cocineros fueron Pedro Benoist y Pedro Chatelain. Benoist había
llegado a la Corte española procedente de la corte de Francia en 1709. Y en
1710 ya encontramos a los dos citados, Benoist y Chatelain, como Cocineros de
la Servilleta de la Reina. Aunque oficialmente pertenecían a la Casa de la
Reina, por una disposición especial, estos dos cocineros fueron los encargados
de la alimentación de toda la familia real, el Rey, la Reina y los Infantes,
durante todo el largo reinado de Felipe V. Chatelain murió en 1745, ocupando el
cargo de Jefe de la Cocina de Boca, con honores de Contralor, y en ese mismo
año Benoist había ya ascendido a Contralor honorario y Veedor de Viandas. Les
sucedieron otros dos franceses o al menos de origen francés, Mateo Hervé y Juan
Levegué, por recomendación de Benoist.[65]
Con la introducción de la dinastía
borbónica la severa etiqueta cortesana se suavizó mucho. Aunque se siguieron
rituales de la época de los Austrias, se introdujeron algunos cambios,
inspirados en la corte de Versalles, como la costumbre de la comida pública.
Además se produjo una adaptación, de acuerdo con los deseos de Felipe V, que no
quería separase ni un momento de la Reina. Así fue en su primer matrimonio y
también en el segundo, con Isabel de Farnesio. El Duque de Saint-Simon nos dejó
un interesante testimonio de la vida cotidiana de Felipe e Isabel en la época
en que los trató en la corte de Madrid, durante su embajada de 1721 a 1722. Los
reyes comían juntos, rodeados de un elegido grupo de cortesanos. El ritual del
servicio seguía siendo muy ceremonioso, según la tradición de la Casa de
Austria, aunque se habían introducido algunos cambios, tomados de las etiquetas
de Versalles:
“La comida se sirve poco después de
la Misa. Las Camaristas, (...) toman los platos en la puerta y la Camarera
Mayor los pone sobre la mesa. Dos damas de palacio y dos señoras sirven de
beber y presentan los platos, con una rodilla en tierra. El Marqués de Santa
Cruz asiste siempre, porque todo es del servicio de la boca de la Reina y jamás
nada de la del Rey. Los dos primeros médicos de SS.MM. no faltan nunca. Esto es
lo necesario. Los que tienen entrada son el Cardenal Borja, que falta
raramente, el Marqués de Villena, que acude algunas veces, y el Duque de Saint
Pierre, pocas veces. Estos tres señores son el Mayordomo Mayor del Rey, de la
Reina y de la Reina viuda. Los primeros cirujanos y farmacéuticos de SS.MM. y
estos tres servidores citados asisten cuando quieren. Otros, nunca. A la cena,
lo mismo.” [66]
Muy interesante resulta igualmente
conocer el ambiente en que transcurrían las comidas de los Reyes, especialmente
cuando tenían invitados, momentos en que el placer de la comida se mezclaba con
el placer de la conversación: “La comida es larga, la conversación es continua;
la Reina pone la diversión y la alegría; se habla de muchas cosas, y cuando,
entre este pequeño número de personas se encuentra una de espíritu, tienen
ocasión de aportar y de aprender cosas útiles. Esto no se presenta todos los
días, pero con mucha frecuencia. La cena es más corta y menos favorable.”
En tiempos de Felipe V e Isabel Farnesio, aunque comían
juntos no comían lo mismo. Sus gustos eran muy diferentes. Felipe V era muy
irregular con la comida, debido a los altibajos de su melancolía, que le hacían
oscilar entre comer mucho o comer poco o nada; era, en cambio, siempre moderado
con la bebida. Decía Saint-Simon: “Bebe poco y sólo vino de Borgoña añejo.”
Aunque era muy religioso, no parece que cumpliera con gran rigurosidad los
preceptos eclesiásticos del ayuno y la abstinencia. Siguiendo la tradición
española, había convertido al chocolate en el mejor recurso para observar los
días de penitencia. Como indicaba Saint-Simon: “No come de abstinencia más que
cinco o seis veces al año y son los días de ayuno. El Rey y la Reina no ayunan
y toman chocolate cuando quieren ayunar. Es una tolerancia establecida, que ha
prevalecido en España de tal forma, que se quedan más que sorprendidos si se
les dice que eso no es ayunar.” Aunque el apetito de Isabel de Farnesio suele ser
muy comentado, Saint-Simon daba una visión más matizada, señalando que a la
soberana le gustaba comer bien, más que comer mucho. Era seguramente esa
afición gastronómica la que explica la larga lista de platos que integraban el
menú de Isabel, no tanto para comer mucho, como para poder elegir entre los
numerosos platos que gozaban de su predilección, interpretación corroborada por
el dato de que ayunaba con frecuencia. Según dice el Duque de Saint Simon: “La
Reina come menos que el Rey, pero le gusta la buena mesa, come de todo,
raramente los mismos platos que el Rey, bebe vino de Champagne y hace con
frecuencia ayuno.”
La cocina cortesana de la Monarquía española del siglo
XVIII fue una cocina opulenta, refinada y cosmopolita, que respondía a los más
elevados ideales gastronómicos y que se hallaba completamente diferenciada, por
una parte de la cocina cortesana de los Austrias, y por otra parte de la cocina
española popular. De la cocina tradicional española se mantuvo, casi como un
símbolo, la famosa olla. La olla podrida era el plato típico español por
excelencia. Con enormes variantes de cantidad y calidad, lo compartían
prácticamente todas las familias españolas de la época moderna, pobres y ricos,
del campo y de la ciudad, de las diferentes regiones. En Palacio, la versión
rica de la olla podrida era una tradición de la época de los Austrias, como
muestra claramente el famoso recetario de Martínez Montiño, tradición que se
conservó en el siglo XVIII. Sabemos que en tiempos de Felipe V, al menos durante
la década de los años veinte, se servía a los Reyes y a los Infantes olla
podrida todos los domingos. El cocido se hacía en Palacio con los géneros más
variados, 8 libras de vaca, 3 libras de carnero, una gallina, dos pichones, una
liebre, 4 libras de pernil, dos chorizos, 2 libras de tocino, dos pies de
cerdo, 3 libras de oreja de cerdo, garbanzos, verduras y especias.
El cambio había sido revolucionario. De comer a la española
se había pasado a comer a la francesa, no sólo por el origen francés de la dinastía
borbónica, sino también por el prestigio que gozaba el modelo gastronómico
francés en toda Europa. Si en la corte española del siglo XVIII la influencia
dominante era la francesa, por obra y gracia del Rey, también fue notable la
influencia italiana, por causa de las Reinas, sobre todo en tiempos de Isabel
Farnesio, que era italiana y lo pretendía seguir siendo en muchos aspectos y
también en el culinario y, que igual que influyó tantas veces en política, lo
hizo también en materia alimenticia, solicitando la presencia de platos típicos
de su país natal en el menú cotidiano. Con frecuencia las reinas sentían
añoranza de la comida de su tierra natal y buscaban la forma de conseguir
algunos productos, así como de hacérselos preparar de la manera tradicional.
Isabel de Farnesio contó en los primeros años de su
estancia en España con los serviciales desvelos del abate Alberoni para
complacerla, agasajándola con sus añorados platos italianos. Según escribía
Alberoni al Conde la Rocca el 1 de enero de 1715: “Soy admitido con la Reina,
que no me regatea su confianza. Con insistencia me ha encargado que provea su
mesa de los suculentos embutidos italianos y de buen vino de Parma. Ayer mismo
me pidió le enviase un plato de macarrones, a los que es aficionadísima.”[67]
Pero la influencia italiana se
mantuvo durante todo el reinado. Resulta interesante comparar los menús de 1737
y 1744, observando la forma de comer del Rey, a la francesa, y la de la Reina,
un menú mixto, medio francés y medio italiano. Dado que el menú era un menú
ceremonial, de prestigio, y que Isabel podía elegir lo que prefería, sería
todavía más interesante saber lo que efectivamente comía.
Vianda del Rey, lo que debería servirse según el ajuste de 1737.
Almuerzo
Un consumado, o especie de caldo sin
agua alguna, compuesto de la sustancia líquida de dos gallinas, dos perdices,
cuatro libras de ternera y dos de carnero.
Comida
Un chaudeau o sopa ejecutada con
cuatro yemas de huevo, azúcar, canela y vino de Borgoña.
Otra sopa, asimismo con el nombre de
consumado y hecha de la misma forma y con igual número de géneros que el caldo
que se servía en el almuerzo de la mañana.
Un trinchero con dos pichones de
nido con substancia.
Otro trinchero con mollejas de
ternera esparrilladas con susbstancia.
Otro trinchero con mollejas de
ternera cocidas con substancia.
Un asado con dos pollas de cebo.
Los mismos platos de la comida se servían para la cena
Precio: 180 reales diarios.
Vianda del Rey. Lo que se está sirviendo en 1744.
Almuerzo
Un caldo con el citado nombre de
consumado, compuesto por los mismos productos.
Comida
Un chadeau o sopa, compuesta de la
misma forma.
Otra sopa, con el nombre de
consumado, igual a la ya mencionada.
Un trinchero con mollejas de ternera
esparrilladas con substancia.
Otro trinchero de ternera guisada en
fricandau.
Un asado de un pavo y una polla, uno
y otro cebados.
Un trinchero con dos perdices.
Un plato de huevos frescos con
substancia.
Los mismos platos de la comida se servían a la cena.
Precio solicitado: 240 reales.
Cada tarde para
merendar se le servían al Rey bollos, con un precio ajustado en 6 reales
diarios. Continúa igual.
Vianda de la Reina. Según se ajustó en 1737.
Comida
Una sopa con una polla de cebo.
Otra sopa con dos pichones
Un principio de un lomo de ternera
Otro de friacandau de ternera
Otro de seis pichones guisados
Otro de dos pollas de cebo rellenas
Un asado con tres pollas de cebo, un
pollo y un pichón
Una torta de crema
Otra torta de pernil
Un pecho de vaca
Un trinchero con dos perdices con
salsa
Otro trinchero de una torta con dos
pichones
Otro de criadillas de carnero al
tiempo y en falta de este género el que se juzgue a propósito según la
estación.
Otro de costillas de carnero
esparrilladas.
Otro de salchichas, supléndose la
falta de este género con el que se tiene por más conducente al gusto de S.M.
Otro de asado con una polla de cebo,
una perdiz, un pichón y una codorniz.
Vianda a la italiana
Dos menestras, ambas de
pasta.
Un capón relleno
Unas popietas
Una liebre frita
Un postre de dulce
Para cenar los
mismos platos, excepto el pecho de vaca, que era sustituído por un lomo también
de vaca
Precio: 930 reales diarios
Vianda de la Reina, tal como se servía en 1744.
Almuerzo
Un plato de huevos frescos del día,
pasados por agua.
Comida
Un ganso con purea, o substancia de
garbanzos y de otros diversos géneros.
Un pastel de un ánade con otros
distintos géneros.
Un plato compuesto de costillas de
ternera rellenas y de carnero sin rellenar todo esparrillado con substancia.
Otro plato con dos pichones rellenos
o gratin, que significa pan rallado y tostado.
Otro de asado con una polla de cebo,
una chocha, una perdiz, una codorniz y un chorlito.
Vianda a la italiana
Un trinchero de
menestra, de pasta o fordey?
Otro de menestra de
niochi
Otro de un capón relleno
Otro de unas mollejas de
ternera con guisado
Otro de
popietas a la milanesa
Otro de una perdiz en
estofado con salchichón
Otro de un postre de
dulce, que se compone de una torta de arroz.
Cena
Un pavo de cebo con salsa de
cebollas.
Un psalmi de dos chochas con su
salsa de anchoas y alcaparras.
Una marinada de dos pollos
Una pierna de carnero a la brasa con
salsa
Un asado de una polla de cebo, una
chocha, una perdiz y una codorniz.
Vianda a la italiana
Un trinchero de menestra
de polenta
Otro de menestra,
compuesto de diferentes géneros de verduras.
Otro de
vaca estofada
Otro de dos cercetas o
ánades chicas con salsa
Otro de brasolas de
liebre con salsa
Un capón a la remolada
Un postre de dulces
compuesto de rosquillas de almendras.
Precio solicitado: 1.080 reales
Aparte del servicio ordinario de la
mesa real se hallaban los banquetes rituales, donde además del Rey también la
Reina tenía especial protagonismo. Un buen ejemplo puede ser el banquete de
Jueves Santo. De acuerdo con el ceremonial borgoñón y de forma simétrica y
paralela a la comida de pobres servida por la Casa del Rey, el mismo día de
Jueves Santo la Casa de la Reina servía otra comida muy semejante, a doce
mujeres pobres y un niño. Igualmente abundante, la composición de la comida era
muy similar a la ofrecida por el Rey, diversos platos de pescado, acompañados
de un plato de espinacas con pasas y piñones y, como postre, un plato de arroz
con leche.[68] La
Reina también mantenía la tradición de dar un banquete a nueve mujeres pobres
el día que se celebraba la festividad de la Encarnación, el 25 de marzo. Era
una forma de subrayar la importancia de su maternidad. La comida solía ser
también a base pescado, con unos principios y unos postres de frutas frescas y
frutas secas.[69]
Reinas extranjeras y cocina
española
La tendencia general durante el reinado de Felipe V fue a
aumentar la planta de criados que servían en Palacio, a veces hasta extremos
exagerados. En tiempos de Fernando VI, se produjo la gran reforma del marqués
de la Ensenada, en 1748, sin duda alguna la más importante del siglo, que
supuso un sustancial aumento del control estatal y un duro golpe para la
autonomía económica y gubernativa de los altos oficiales de palacio. Como
resultado, en 1749, se estableció una nueva planta de criados y se dio un
reglamento interno sobre la organización de la Corte, que trataba de poner
orden en algunos puntos.[70]
En el tema alimentario no hubo cambios muy notables. Se
mantuvo la misma costumbre de comer conjuntamente los reyes. Igual que su padre
Fernando VI no se separaba nunca de Doña Bárbara de Braganza. Aunque comían
juntos, cada uno elegía su propio menú, de acuerdo con sus gustos y
preferencias. Sabemos, por ejemplo, la afición de la Reina a las batatas: “Por
las batatas que por dicho oficio se le sirven diariamente a la Reina 3 rs.”
El afrancesamiento continuó, con muy
pocas influencias portuguesas. En 1746 Hervé y Levegué eran ayudas de la Real
Cocina de Boca de la Reina, con honores de Jefe de las Reales Viandas. Después
ambos ascendieron a Jefes. Mateo Hervé continuó como Jefe de la Real Cocina de
Boca de la Reina durante todo el reinado de Fernando VI en la Corte real de
Madrid, pero Levegué se fue con Isabel Farnesio al Real sitio de La Granja,
como Jefe de la Cocina de Boca de la Reina viuda.[71]
El segundo Jefe de la cocina de Isabel Farnesio fue José Jacquemard, desde su
llegada procedente de Francia en 1757, hasta el fallecimiento de la Reina en
1766. Levegué fue sustituido en Madrid por Juan Bautista Blancard. Durante los
años del reinado de Fernando VI, como en el reinado anterior, siguió la Cocina
de la Casa de la Reina sirviendo también al Rey y al resto de la familia real.
Al acceder al trono Carlos III, muy
amante del orden y del ahorro, decidió reorganizar y simplificar la planta de
criados, mucho más cuando al fallecer la Reina María Amalia de Sajonia al poco
de llegar a España, y no tener intención el monarca de contraer nuevo
matrimonio, carecía de sentido mantener la Casa del Rey y la Casa de la Reina
por separado, lo que permitía suprimir los servicios duplicados. En 1761 se
organizó una nueva Planta de criados de la Real Casa en general, uniendo las
Casas del Rey y de la Reina. En la “Ordenanza y reglamento que S.M. mandó observar
desde 1 de marzo de 1761”, Carlos III ponía de manifiesto sus intenciones: “La
buena armonía y método que deseo establecer para la servidumbre de mi Real Casa
la del Príncipe, Infante e Infantas en sola una familia, excusando por este
medio superfluidades que contribuyen más que al decoro a la confusión que en
todas materias es perniciosa me ha movido resolver unir la familia que servía
la casa de la Reina, mi muy cara y amada esposa, a la mía, quedando en una sola
para que indistintamente sirvan y desempeñen unos oficios todas las funciones y
demás servidumbres que puedan ofrecerse con la puntualidad y esplendor que
conviene y en su consecuencia he mandado formar el reglamento de sueldos y
ordenanza”.[72]
La nueva Planta de criados se había simplificado
notablemente. La racionalización tan buscada por el absolutismo ilustrado había
llegado también a la organización de la servidumbre del Palacio Real. Aunque se
mantuvo la vieja tradición de la etiqueta borgoñona, tan característica de la
Monarquía española, Carlos III, hombre de gustos sencillos, a pesar de hallarse
muy imbuido de la majestad de su realeza, impuso sus criterios. Tenía una gran
preocupación por el control del gasto y por el ahorro.[73]
Al comenzar el reinado de Carlos III eran los dos cocineros
de Fernando VI, Hervé y Blancard, los Jefes de la Real cocina de Boca de la
Casa de la Reina. Tras la gran reforma de 1761 se produjeron algunos cambios.
Los nuevos cocineros fueron Antonio Catalán y Juan Tremovillet, que habían sido
enviados desde París por el embajador Masones en 1753, y llevaban ya varios
años sirviendo en las cocinas reales españolas.[74]
Pero el Rey dio orden de que los criados que no se hallasen comprendidos en la
nueva Planta de 1761 se alternasen en el servicio, por lo cual Mateo Hervé, que
había sido cocinero jefe de la Casa de la Reina, continuó como Jefe de la
Cocina de boca, con honores de Veedor de Viandas hasta su fallecimiento en
1778. Fue necesaria entonces una renovación, pues Tremovillet también había
fallecido el año anterior y Catalán se hallaba ausente de la Corte. El Rey
nombró al candidato que ocupaba el primer lugar de la terna, Pedro Luis
Concedieu. Concedieu permanecería muchos años más al servicio del Rey como Jefe
de la Cocina de Boca, primero con Carlos III, después con Carlos IV.[75]
Carlos III, al convertirse en rey de España, siguió el
mismo estilo de los reinados anteriores, pero la muerte temprana de la reina
María Amalia de Sajonia en 1760 cambió la etiqueta y el rey comía solo, aplicándose
al servicio un ritual más sencillo, aunque se mantenían costumbres cortesanas
tradicionales, como la de la genuflexión de los gentilhombres al presentar los
platos o la copa al monarca.
La misma influencia italiana de tiempos de Felipe V e Isabel
Farnesio, existiría también en el reinado de Carlos III, que había vivido
largos años en Italia. La reina María Amalia de Sajonia se trajo con ella desde
Nápoles a su cocinera favorita, Mariana Silna. Pero al morir la soberana
prematuramente, su cocinera se retiró a Italia en 1761, con el sueldo y la
pensión que gozaba, que era de 3.000 reales anuales, libres del derecho de la
media annata.[76]
Al margen de la racionalización y de la economía,
continuaban existiendo cocineros especiales, para satisfacer los caprichos del
gusto regio. Caso interesante es el de Francisca Sánchez, Cocinera de regalo de
la Reina Madre, Isabel de Farnesio, y luego de la Princesa de Asturias, María
Luisa de Parma. Uno de los platos que se encargaba de preparar para la princesa
era el típico cocido. En el año 1778 se pagaban 90 reales diarios, por tres
cocidos, a 30 reales cada uno. Continuó muchos años al servicio de palacio,
siguiendo a la corte en sus jornadas en los Reales Sitios y en su viaje a
Barcelona. Falleció en 1807 a los sesenta y cuatro años.[77]
El prestigio de la Corte, sumado al
de la alta gastronomía francesa de la época, hizo que cambiaran las costumbres
culinarias españolas, pues el modelo trató de ser emulado por las clases más
elevadas de la sociedad y ejerció una indudable influencia en el paulatino
afrancesamiento de la alta cocina española, llegando primero a las mesas nobles
y después a las mesas burguesas. Sólo a finales de siglo, especialmente en el
reinado de Carlos IV, se aprecia una notable españolización de la cocina de la
Corte.
Tras el austero reinado de Carlos III, el reinado de Carlos
IV y María Luisa de Parma introdujo en la corte un nuevo estilo algo más
informal y relajado y algunas novedades. Según comenta el Barón de Bourgoing,
"Carlos IV, más sencillo aún que su padre, aligeró el ceremonial".[78] Los
Reyes, siguiendo la costumbre establecida por Felipe V, sólo interrumpida por
la larga viudedad de Carlos III, comían juntos y se les servía el mismo menú
para los dos. La contrata general con los cocineros jefes, entonces Pedro Luis
Concedieu y Antoine Leclair, presentada el 13 de diciembre de 1789 y aprobada
por el Rey el 10 de enero de 1790, puede dar idea de la alimentación regia.
“Vianda del Rey y Reina.
Comida: Dos sopas: 1 de puré de tres perdices, 1 de clara guarnecida de
granadenes y boconotes. Ocho trincheros: 1 de pastelitos de salpicón, 1 de
filetes de cuatro perdigones con trufas, 1 de filetes de dos pavos a la Conti,
1 de tapa de ternera en pan de bresolas en atros, 1 de filetes de cuatro pollas
al improntu, 1 de filetes de cuatro gazapos a la italiana, 1 de capón a la
financiere, 1 de mollejas de ternera en granadenes a la mayance. Dos entradas:
1 de pavo relleno de macarrones, pernil y salchichón, 1 de pierna de ternera
con gelatina al aspique. Asado: 1 de dos pollas de cebo y dos pollos. Dos
postres: 1 de huevos moles con vizcochos, 1 de panecitos a la Duquesa con jalea
de grosella.
Cena. Dos sopas: 1 de panetela con una gallina, 1 de clara con una
gallina. Siete trincheros: 1 de filetes de cuatro pollas en eperlan, 1 de tapa
de ternera a la Choisi con espinacas, 1 de filetes de cuatro gazapos salteados
con trufas, 1 de mollejas de ternera en ragú mezclado, 1 de polla cocida de
cebo a la jardinera, 1 de filetes de cuatro perdigones a la puré de perdigones,
1 de tortillitas a la cartuja de filetes de tres pollas mezclados. Dos
entradas: 1 de lomo de ternera asado, 1 de pavo mechado y asado. Asado: 1 de
dos pollas de cebo y dos pollos. Dos postres: 1 de folletase, 1 de gatos
(gateaux) a la Magdalena.” [79]
En tiempos de Carlos IV, la comida
de palacio seguía claramente el estilo de la alta gastronomía cortesana,
internacional y cosmopolita. Todavía con fuerte influencia francesa, prosiguió
la influencia gastronómica italiana, como continuación de la costumbre familiar
y por influencia de María Luisa de Parma, también de origen italiano. Pero se
produjo una progresiva "españolización". Dato significativo fue el
ascenso de cocineros españoles a los puestos principales del oficio de Cocina,
como Manuel Rodríguez y Gabriel Álvarez[80],
o como Juan Martínez, Cocinero de regalo de la Reina.[81]
En el menú lo popular no estaba del todo ausente. Buena
prueba eran los tradicionales cocidos, que tenían fuerte raigambre en la cocina
española de todas las clases sociales y que también se servían a la familia
real. Había además ocasiones extraordinarias en que la aproximación a lo
popular era todavía más consciente y marcada, fenómeno característico del
ambiente "casticista" de la época. Con ocasión de la visita real a
Barcelona en 1802 el Barón de Maldá, muy orgulloso, recoge la anécdota de que
los Reyes quisieron probar platos típicos catalanes, preparados al estilo más
popular y tradicional:
“Entre las vàries coses que es van
notant en les amables prendes, usos i costums de Ss. Rs. Ms. és digne de
notar-se la particularitat d'haver volgut menjar viandes del país, guisades a
la catalana i ab cassoles de terrissa, que seria gust veure aquell aparato a la
vista dels cortesans, no acostumats a veure sinó plats i demés servei de taula
de plata i or, ab les primoroses vaixilles que sabem tenen nostres monarques. I
sent més saludable lo cuinar ab cassoles que ab eines de metals, ja que la moda
tot ho adopta, deuria també aquesta ser adoptada, com a més profitosa i útil a
la salut.
Crec que lo patriarca tingué
l'encàrrec dels guisados, que diuen
foren de perdius ab suc de perdiu, ab sa punta de llimones, i algun estofat a
la catalana, guisados no coneguts
dels castellans, que tot ho fan ab l'ajo
i la pimienta, sense saber qual sia
bon menjar. Ara diuen que també provaran, Ss. Ms., les tripes a la catalana, ab
son alioli, en què s'hi assenta bé lo trago; mostrant Ss. Rs. Ms., ab esta
conducta, lo molt que gusten o apreuen est país, pués fins gusten de nostres
viandes, naturalitzant-se, si se pot dir, ab l'aprècio que fan de nosaltres”.[82]
Tanto por
sus contenidos, como por su puesta en escena, la alimentación de las reinas de
España en la edad moderna puede resultar muy ilustrativa tanto de la
personalidad de cada una de ellas como de la significación de la Monarquía y de
la forma de encarnarla las figuras femeninas a lo largo del tiempo, y puede
aportar información interesante también sobre la organización de la corte, el
orden del servicio y el sentido del ceremonial y la etiqueta, y sobre las
relaciones entre diversas cortes en el tema concreto de la cocina y de la mesa.
Aunque la alimentación es una necesidad vital de todo ser humano, a lo largo de
la historia se ha convertido en una sofisticada construcción cultural, que
llegó a su máxima expresión simbólica en la corte. En el caso que nos ocupa no
comía una mujer, comía una Reina, una Reina de España, en una época en que la
Monarquía Española constituía un referente universal.
[1] Jerónimo de Barrionuevo: Avisos
(1654-1658), Madrid, Atlas, 1968, T. I, p. 170.
[2] Jerónimo de Barrionuevo: Avisos
(1654-1658), Madrid, Atlas, 1968, T. I, p. 200.
[3] Jerónimo de Barrionuevo: Avisos
(1654-1658), Madrid, Atlas, 1968, T. II, p. 118.
[4] Mª Ángeles Pérez Samper: Isabel
de Farnesio, Barcelona, Plaza y Janés, 2003, p. 331.
[5] María del Cristo González Marrero: La
Casa de Isabel la Católica. Espacios domésticos y vida cotidiana, Ávila,
Diputación Provincial de Ávila, Institución Gran Duque de Alba, 2005, ps.
82-86.
[6] A. de la Torre y del Cerro: La
Casa de Isabel la Católica, Madrid, 1954.
[7] Archivo General de Simancas, Casa y Sitios y Reales, leg. 43, fol. 99
“Lo que se asienta con Juan Osorio por mandado de Chacón y del comendador
mayor…” Ocaña, 18 de diciembre de 1498.
[8] Gonzalo Fernández de Oviedo: Libro
de la Cámara Real del Príncipe Don Juan y offiçios de su Casa y serviçio
ordinario, Madrid, Sociedad de Bibliófilos españoles, 1870, p. 99.
[9] Archivo General de Simancas, Casa y Sitios Reales, leg. 46. fol. 758.
“Realaçion de lo que Juan de la Huerta dise que hara por sirvir a la Reyna
nuestra señora”. Sin fecha.
[10] Juan Cruz Cruz: La cocina
mediterránea en el inicio del Renacimiento, Huesca, La Val de Onsera, 1997.
[11] Rafael Domínguez Casas: Arte y
etiqueta de los Reyes Católicos. Artistas, residencias, jardines y bosques,
Madrid, Ed. Alpuerto, 1993, p. 223-225.
[12] Gonzalo Fernández de Oviedo: Libro
de la Cámara Real del Príncipe Don Juan y offiçios de su Casa y serviçio
ordinario, Madrid, Sociedad de Bibliófilos españoles, 1870, p. 100.
[13] Lucio Marineo Siculo: De las
cosas memorables de España, Alcalá de Henares, 1539. En Vicente Rodríguez
Valencia: Isabel la Católica en la
opinión de españoles y extranjeros, tomo I, p. 206.
[14] Gonzalo Fernández de Oviedo: Libro
de la Cámara Real del Príncipe Don Juan y offiçios de su Casa y serviçio
ordinario, Madrid, Sociedad de Bibliófilos españoles, 1870, p. 76.
[15] Gonzalo Fernández de Oviedo: Libro
de la Cámara Real del Príncipe Don Juan y offiçios de su Casa y serviçio
ordinario, Madrid, Sociedad de Bibliófilos españoles, 1870, p. 180.
[16] Mosén Diego de Valera: Crónica
de los Reyes Católicos. Edición y estudio de Juan de M. Carriazo, Madrid,
José Molina, imp., 1927, ps. 169-172.
[17] Mª del Carmen Mazario Coleto: Isabel
de Portugal, Emperatriz y Reina de España, Madrid, 1951, ps. 78-81.
[18] Fray Antonio de Guevara: Epístolas
Familiares, Primera Parte, Madrid, Rivadeneyra, 1850, Biblioteca de Autores
Españoles, tomo XIII, p. 97. “Letra para el Marqués de los Vélez, en la cual le
escribe algunas nuevas de la Corte”, 18-VII-1532.
[19] Mª Ángeles Pérez Samper “La
alimentación en tiempos del Emperador: un modelo europeo de dimensión
universal” en Juan Luis Castellano Castellano y Francisco Sánchez-Montes
González (Coord.): Congreso Internacional Carlos
V, Europeísmo y Universalidad, Madrid, Sociedad Estatal para la
Conmemoración de los Centenarios de Felipe II y Carlos V y Universidad de
Granada, 2000, vol. V, ps. 497-540.
[20] Biblioteca Nacional (B.N.), Madrid, Ms. 1462.
[21] Este manuscrito portugués, llevado a Parma
por la princesa María en el siglo XVI, pasó posteriormente, en el siglo XVIII,
de Parma a Nápoles, cuando el Infante don Carlos de Borbón, llevó consigo todo
lo que pudo de la herencia de los Farnesio a su reino recién conquistado de las
Dos Sicilias, motivo por el cual el manuscrito se halla en la Biblioteca
Nacional de Nápoles. Ha sido varias veces editado. A. Gómez Filho: Un tratado da cozinha portuguesa do seculo
XV, ed. facsímil, Brasil, 1963. E. Newman: A
Critical Edition of an Early Portuguiese Cook Book, Chapel Hill, 1964. G. Manuppella, S. Dias Arnaut: O “livro de cozinha” da infanta D. Maria de
Portugal, "Acta Universitatis Coninbrigensis", CXLV. Coimbra, 1967, 257 ps.
[22] Agustín González de Amezúa: Una
reina de España en la intimidad: Isabel de Valois. 1560-1568, Madrid,
Ediciones Aguilar, 1944, ps. 18-20.
[23] Archivo General de Simancas, Casa Real, leg. 398.
[24] “Hordenanzas…” Archivo de Palacio, Madrid, Sección Histórica, 49.
[25] “Hordenanzas”, p. 128.
[26] Dalmiro de la Válgoma y Díaz Varela: Norma y ceremonia de las reinas de la Casa de Austria, Madrid, Real
Academia de la Historia, 1958.
[27] Archivo General de Palacio Histórica, Caja, 1336, nº 9.
[28] Jean L´Hermite: Les Passetemps,
ed. de Ch. Ruelens, E. Ouverlaux y J. Petit, Amberes, 1890-1895, 2 vols. I, p.
219 y ss.
[29] Sebastián Gutiérrez de Párraga: “Etiquetas de Corte”. Año 1651.
Biblioteca Nacional de Madrid, Ms. 4.495-96. “Etiquetas Generales de la Casa
Real del Rey Nuestro Señor para el uso y exercicio de los oficios de sus
criados” Biblioteca Nacional de Madrid, Ms. 10.666. Antonio Rodríguez Villa: Etiquetas de la Casa de Austria, Madrid,
1913.
[30] José Martínez Millán y Mª Antonietta Visceglia (dirs.): La Monarquía de Felipe III: la Casa del Rey,
vol. II, Madrid, Fundación MAPFRE, Instituto de Cultura, 2008, p. 963.
[31] José Martínez Millán y Mª Antonietta Visceglia (dirs.): La Monarquía de Felipe III: la Casa del Rey,
vol. II, Madrid, Fundación MAPFRE, Instituto de Cultura, 2008, ps. 956-957.
Tomo II, p. 96.
[33] Andrés de Almansa y Mendoza: Relación
de Capitulaciones de los señores Marqueses de Toral, y boda del señor
Condestable de Castilla, mascara, y acompañamiento de su Magestad, Madrid,
Bernardino de Guzmán, 1624, 8 ps.
[34] José García Mercadal: Viajes de extranjeros por España y Portugal, Madrid, Aguilar, 1962,
Tomo II, ps. 423-433.
[35] Jerónimo de Barrionuevo: Avisos,
vol. II (1654-1658), B.A.E. Tomo CCXXII, Madrid, 1969, p. 53. Madrid y enero 23
de 1657.
[36] Gabriel Maura Gamazo, Duque de Maura: Vida y reinado de Carlos II, Madrid, Ediciones Aguilar, 1990, p.
588.
[37] José Martínez Millán y Mª Antonietta Visceglia (dirs.): La Monarquía de Felipe III: la Casa del Rey,
vol. II, Madrid, Fundación MAPFRE, Instituto de Cultura, 2008, ps. 934-935.
[38] Archivo General de Palacio, Histórica, caja 678, nº 22.
[39] Archivo General de Palacio, Histórica, caja 191, nº 38, s.f. José
Martínez Millán y Mª Antonietta Visceglia (dirs.): La Monarquía de Felipe III: la Casa del Rey, vol. I, Madrid,
Fundación MAPFRE, Instituto de Cultura, 2008, p. 1111.
[40] Archivo General de Palacio, Caja 1098, nº 19.
[41] Archivo General de Palacio, Caja 363, nº 34.
[42] Francisco Martínez Montiño, Cocinero Mayor del Rey Nuestro Señor: Arte de
cocina, pasteleria, vizcocheria y conserveria, Madrid, 1611. Ed facsímil, Barcelona, Tusquets Editores, 1982.
[43] Archivo General de Palacio, Histórica, Caja 634, nº 56.
[44] Archivo General de Palacio, Histórica, Caja 246, nº 9, y
Administrativa, leg. 878.
[45] Archivo General de Palacio, Histórica, Caja 268, nº 6.
[46] Archivo General de Palacio, Histórica, Caja 870, nº 20, y
Administrativa, leg. 878.
[47] Archivo General de Palacio, Administrativa, leg. 878.
[48] Archivo General de Palacio, Administrativa, leg. 878.
[49] Archivo General de Palacio, Histórica, Caja 375, nº 31 y
Administrativa, leg. 878.
[50] Gabriel Maura Gamazo, Duque de Maura: María Luisa de Orleáns, reina de España. Leyenda e historia,
Madrid, Saturnino Calleja, s.a.
[51] Mª Carmen Simón Palmer: “El cuidado del cuerpo de las personas reales:
de los médicos a los cocineros en el Real Alcázar” en Le corps dans la societé espagnole des XVIe et XVIIe siècles,
París, Université de la Sorbonne, 1990, ps. 121-122.
[52] Archivo General de Palacio, Administrativa, leg. 878.
[53] Archivo General de Palacio, Administrativa, leg. 878.
[54] Archivo General de Palacio, Histórica, Caja 987, nº 26.
[55] José Martínez Millán y Mª Antonietta Visceglia (dirs.): La Monarquía de Felipe III: la Casa del Rey,
vol. I, Madrid, Fundación MAPFRE, Instituto de Cultura, 2008, p. 1095.
[56] José Martínez Millán y Mª Antonietta Visceglia (dirs.): La Monarquía de Felipe III: la Casa del Rey,
vol. I, Madrid, Fundación MAPFRE, Instituto de Cultura, 2008, p. 1098, nota
146.
[57] Archivo General de Palacio, Caja 123, nº 43.
[58] Archivo General de Palacio, Histórica, Caja 1094, nº 18.
[59] Mª Carmen Simón Palmer: La
Cocina de Palacio 1561-1931, Madrid, Editorial Castalia, ps. 26 y 100.
[60] Louis de Rouvroy, Duque de Saint-Simon: Mémoires, 1701-1707, vol. II, Ed. de
Yves Coirault, Bibliothèque de la Pléiade, Truc París, 1953-1961, ps. 55-56.
[61] E. Jaeglé (ed.): Correspondance de Madame,
Duchesse de Orléans, París, 1890, 3 vols.,
t. I, ps. 253-254.
[62] A.
Geffroy: Lettres inédites de la princesse
des Ursins, París, 1859, p. 332, n. 1.
[63] Carta de María Luisa Gabriela de Saboya, 19 de julio de 1702. Correspondance inéditede la Duchesse de
Bourgogne et de la Reine d´Espagne, París, Michel Levy, ed. de 1865, p.
153.
[64] Mª Ángeles Pérez Samper: “La alimentación en
la Corte de Felipe V” en Felipe V y su
tiempo, Zaragoza, Institución
“Fernando el Católico”, 2004, ps. 529-583.
[65]
Archivo General de Palacio, Felipe V, leg. 261.
[66] Lois de Rouvroy, Duque de Saint-Simon: Papiers inédits, París, Quantin 1880,
ps. 363-373.
[67] Taxonera, Luciano de: Isabel de
Farnesio. Retrato de una reina y perfil de una mujer (1692-1766),
Barcelona, Editorial Juventud, 1943, p. 67.
[68]
A.G.P., Fernando VI, Caja 359 y Carlos III, leg. 166.
[69]
A.G.P., Felipe V, leg. 268; Fernando VI, Caja 359; y Carlos III, leg.
166.
[70] Mª
Ángeles Pérez Samper: “La alimentación en la corte española del siglo XVIII” en
Cuadernos de Historia Moderna,
Madrid, 2003, Anejo II, Serie monografías: C. Gómez-Centurión: Monarquía y Corte en la España Moderna,
ps. 153-197.
[71]
Archivo General de Simancas, Gracia y Justicia, leg. 902. Casa de Isabel
Farnesio.
[72]
Archivo General de Palacio, Madrid, Carlos III, leg. 507.
[73] Archivo General de Palacio, Carlos III, leg.
507.
[74] Archivo General de Palacio,
Histórica, Caja 10441, nº 2.
[75] Archivo General de Palacio, Histórica, Caja 247, nº 15.
[76] Archivo General de Palacio,
Histórica, Caja 10004.
[77] Archivo General de Palacio, Histórica, Caja 95937.
[78] José
García Mercadal: Viajes de extranjeros
por España y Portugal, Madrid, Aguilar, 1962, p. 953.
[79]
Archivo General de Palacio., Carlos IV, leg. 16.
[80] Archivo General de Palacio, Carlos IV, leg. 4632.
[81] Archivo General de Palacio, Carlos IV, leg. 4635.
[82] Baró de Maldà, Rafel d'Amat i de Cortada: Calaix de Sastre, VI, 1802-1803, Barcelona,
Curial, 1994, p. 122.
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